jueves, 30 de julio de 2020

Vivir en el presente: aquí y ahora

Los tiempos de cambio en que vivimos nos llevan a modificar nuestra manera de pensar, sentir y actuar. Nos estamos viendo obligados a replantear nuestro estilo de vida y las filosofías que nos permitían justificar o cuestionar ese modelo, según sea la ubicación personal o institucional de aceptación o rebeldía frente al “orden establecido”.

Se ha hecho necesario ver con otros ojos la cuestión planetaria y la profunda interdependencia de la vida de todos. La nueva mirada puede seguir respetando los límites entre territorios planteados por la existencia de países, pero una observación más profunda de la realidad que vivimos, nos lleva a saber que para un virus no existen fronteras, ni estados, ni edades, aun cuando los mayores seamos más vulnerables. Tampoco parece considerar a las clases sociales, aunque los más afectados sean siempre y desde los inicios de la historia, las personas con menos recursos.

 Los que podemos darnos el lujo de trabajar desde casa, tenemos sentimientos y emociones encontradas que oscilan entre la tranquilidad de habernos quedado en casa y la impaciencia de sentirnos limitados en nuestro movimiento usual. La comodidad del hogar, con el redescubrimiento del tiempo que usualmente no teníamos para la pareja, los padres y los hijos, o el reencuentro con asuntos pendientes que postergábamos una y otra vez hasta las próximas vacaciones o hasta las fiestas de fin de año, pueden permitirnos revalorar la familia, la vida, el tiempo y disfrutarlo, si contamos con trabajo  o recursos para afrontar esta etapa.

 También es posible sentir la desesperación, el hartazgo, la frustración y el cansancio, o todas juntas, de haber estado y estar restringidos en nuestras libertades o de ya no soportar alguna o varias de las circunstancias que estamos viviendo.

 En cualquier caso, es urgente mantener una especie de paranoia saludable y responsable en nuestro comportamiento. Así se haya levantado la cuarentena, el riesgo de enfermar sigue allí; la pandemia no ha sido superada. Al contrario, la incidencia de casos se mantiene o ha aumentado en varias provincias. Por eso, al salir a la calle y al regresar a casa es absolutamente necesario obedecer todas las recomendaciones sobre cuidado e higiene para no enfermarnos ni enfermar. Optemos decididamente por la solidaridad y la ciudadanía ambiental para todos, como nuevo estilo de vida.

 En este contexto, vivir el presente, en el aquí y el ahora, es una filosofía, a la vez que fórmula práctica, para enfrentar con mínima paz interior lo que experimentamos hoy. No sacamos mucho preocupándonos por lo que pasará en el futuro, ya que la incertidumbre se ha instalado agresivamente en nuestras vidas y nunca fue muy útil adelantarse a los hechos. Una cosa es hacer planes y proyectos realistas y otra es vivir angustiados por lo que va a pasar, ya que –finalmente- nadie sabe con certeza lo que va a ocurrir. La tarea de hoy, tal vez sea, aprender las lecciones que pudiera aportarnos, el vivir conscientes del aquí y ahora, y responder al presente, valorando su potencial.

Por otro lado, añorar por algún momento el pasado y recordar experiencias vividas para sacarles la lección o para volver a disfrutar con los recuerdos es una cosa, pero anhelar con ahínco el ayer y aferrarse a hacer prevalecer las antiguas circunstancias sin poderse adaptar a los cambios, puede resultar enfermizo. Añorar y lamentarse nos pueden deprimir.

 Ni en el pasado ni en el presente: la vida discurre aquí y ahora. Con todos los proyectos y agendas pendientes que sea necesario prever, pero aquí y ahora es cuando estamos vivos. Si nos esforzamos –y resulta muy entretenido, además- en mantener toda nuestra atención en lo que perciben nuestros sentidos en este momento, u observamos al que piensa, o escuchamos nuestra respiración mientras que realizamos las actividades cotidianas, o si miramos concentradamente una vela o el fuego de la chimenea, si contamos con esa maravilla, podremos conectarnos conscientemente con el presente.

 La idea central es ser conscientes de lo que hacemos. En lugar de ducharnos, por ejemplo, pensando en lo que haremos y cómo lo efectuaremos al terminar, podemos: sentir el agua en nuestro cuerpo… la temperatura que tiene… nuestras manos jabonándonos… y permitir que nuestra mente emita menos ruido y que nos centremos en el aquí y ahora. Ser totalmente conscientes de lo que hacemos equivale a vivir intensamente en este momento, al tiempo que desarrollamos nuestros intereses, investigamos sobre temas que nos producen curiosidad y realizamos las actividades que debemos hacer para auto sostenernos y dar cobertura a quienes dependen de nosotros, si ese es el caso.

El ruido mental es una de las principales causas de muchos trastornos psicológicos, incluyendo los de tipo psicosomático. La mente no para de pensar, es una cantaleta interminable de ideas, recuerdos y proyecciones que pueden causar dolor y hasta sufrimiento a las personas. A veces hasta con un pequeño error cometido, nuestra mente no cesa en los reproches haciéndonos sentir culpables o malos por aquel error. Si la falta es mayor, nuestra mente, cual verdugo, puede ser implacable.

Igual con el futuro. Si algo va a ocurrir y lo hemos planeado, a algunos nos pasa que repasamos infinidad de veces lo que vamos a decir, cómo lo vamos a hacer y nos imaginamos lo que nos van a contestar y así hasta el infinito, generando expectativas que de no cumplirse pueden decepcionarnos.

 Lo mejor y recomendable es vivir aquí y ahora, en el presente, con todo el ser viviendo lo que nos toca. Pero para lograrlo es preciso desarrollar algunas habilidades espirituales como rendirnos, aceptarnos, dejarnos llevar, ser conscientes de que no somos nuestra mente, contar con un espacio de tranquilidad y soledad, en fin, varios temas que los vincularemos con la autoestima en el próximo artículo de este mismo blog. Fuerte abrazo y que estén bien, ahora y aquí.


 


miércoles, 15 de julio de 2020

Autonomía y educación en casa

Ya sea en el colegio o en la casa, de manera presencial o virtual, la propuesta educativa del Colegio La Casa de Cartón alienta la autonomía personal como base del protagonismo estudiantil que deseamos desarrollar en nuestro alumnado. Lo que se desea, finalmente, es que puedan desarrollarse bien en la vida, tomando iniciativas y siendo libres, con la capacidad de escoger sus influencias.
Cuando asistían a la escuela, las profesoras y profesores en trabajo de equipo, agrupándose por ciclos y en plenarias, evaluaban las necesidades educativas y psicosociales de cada estudiante para darle un tratamiento personalizado. Esta evaluación permitía establecer retos y acuerdos personales, ubicar a cada estudiante en las responsabilidades del salón y del colegio, fomentar su participación como delegados del Consejo Estudiantil, trabajar la ciudadanía ecológica y los valores del Ideario de la mejor manera posible.

En qué aspectos, el estudiante individual y el grupo de aula al que pertenece, necesitaban ayuda y en qué asuntos podían desenvolverse solos, resultaba relativamente sencillo al tenerlos presencialmente en el colegio. Revisar en grupos de docentes sus necesidades y habilidades para ser autónomos y mantener el fortalecimiento de la libertad que se busca en su formación como personas con valores y como  ciudadanos democráticos, conscientes de la realidad ambiental, era y es una práctica interiorizada y aplicada cotidianamente.
Ahora, las chicas y los chicos están en casa, comunicados con la escuela por medios virtuales pero a cargo de sus familiares de manera presencial. En casa también es posible fomentar la autonomía de nuestras hijas e hijos.
Y para auspiciar la independencia de las y los estudiantes, es preciso revisar primero si somos perfeccionistas, sobreprotectores, autoritarios o ansiosos. Si detectamos esas características en nosotros como padres o madres, entonces –como dijéramos en artículos anteriores- tal vez sea preferible delegar la responsabilidad educativa en un miembro de la familia que promueva la autonomía. De lo contrario, se corre el riesgo de generar o acentuar dependencias e inseguridades, o  generar  actitudes negativas en la relación y rechazo hacia el aprendizaje.








En base a sentirse queridos, aceptados y valorados, las niñas y niños aprender a sentirse seguros; a salir de su egocentrismo para aceptarse y quererse, al tiempo que aceptan las diferencias con otras personas, especialmente con otros niños, y pueden establecer relaciones afectivas significativas. Gradualmente van afirmándose en la toma de decisiones y realizan balances, cada vez más más autocríticos y conscientes, de sus características personales tanto positivas como de aquellas por mejorar.
Así descrita la autoestima, los niveles crecientes de responsabilidad, fortalecen la confianza básica de los niños y niñas. Estar activos, participativos y con cada vez mayores compromisos para planificar y realizar sus responsabilidades de la casa y del colegio, respondiendo por sus propias acciones, incrementa la libertad personal. Esa libertad unida al componente del autocontrol de impulsos, la tolerancia, aceptación de acuerdos y límites razonables, va formándolos en y para una mejor convivencia, participación democrática y sentido de justicia e igualdad socio cultural.
Todos estos componentes de la libertad, a saber, la seguridad, el autocontrol, la responsabilidad, la participación democrática y la justicia, pueden partir y expresarse –a la vez- desde la autonomía.


Cuando son pequeños y cursan el Primer Ciclo (5-7 años), la familia ayudará a desarrollar la autonomía de sus hijos e hijas si les permiten vestirse, lavarse y atenderse  solos en las necesidades elementales de cuidado de sí mismo y en la alimentación. Al realizar el trabajo escolar, pueden necesitar algún apoyo y podemos orientarlos, pero dejar que solos resuelvan sus tareas una vez aprendido el procedimiento o comprendido el quehacer.
En el Segundo Ciclo ((8 a 10 años), es importante que hagan solos las actividades diarias, las rutinas de la casa y del colegio que ellos ya saben y pueden realizar por sí mismos: vestirse, asearse, alimentarse, limpiar y ordenar su habitación, organizar el escritorio o la mesa de trabajo para avanzar sus proyectos y tareas. En materia de cómputo y acceso a internet, “reconocerá y ejercerá sus propias posibilidades”, -como dice Mariano en el libro morado- siendo capaz de encender la computadora, verificar el acceso a internet, abrir los programas que requiere, guardar la información obtenida o el trabajo efectuado y cerrar todas las ventanas abiertas al apagar la máquina.


En el tercer ciclo la autonomía es prácticamente total. Las chicas y chicos, evidenciarán sus posibilidades y dificultades al realizar actividades cotidianas de la casa y el colegio, siendo conscientes de dónde y para qué necesitan ayuda. En una época sin pandemia, estos atributos podían extenderse a la calle, pero ahora es mejor mantener por decisión familiar y escolar, las medidas restrictivas a la libertad de movimiento.
Los estudiantes del Cuarto Ciclo y parafraseando nuevamente a Mariano, “demostrarán autonomía en cualquier medio y circunstancia: serán capaces de organizar su tiempo, atender sus necesidades y planificar su vida; reconociendo sus posibilidades para ejercerlas y sus limitaciones para solicitar ayuda”.


En casa, podemos ayudar a nuestras hijas e hijos a ser más autónomos si no hacemos por ellos nada que no puedan hacer solos y si establecemos retos, acuerdos y responsabilidades, al estilo de La Casa de Cartón, considerando por supuesto las edades que tienen.

Nota: Para el presente artículo, se ha tomado como referencia el libro “Hacia la escuela posible”, de Mariano Moragues; especialmente el Anexo 3: Secuencia de objetivos generales de actitudes, en lo que se refiere a “búsqueda de LIBERTAD por ciclo” (numeral III).