lunes, 14 de marzo de 2022

Criticidad, aceptación y autoestima

Ha pasado una semana desde la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. En la mayoría de estudios e informes, presentados por diversas fuentes, las cifras indicarían que todo sigue igual, que las cosas no cambian fácilmente en relación a la equidad de género. Las mujeres continúan siendo discriminadas, maltratadas, acosadas y los casos de feminicidio no han disminuido, a pesar del innegable avance en términos de legislación contra la violencia hacia las mujeres.

El marco legal, -explica Josefina Miró Quesada, autora de “Ser mujer en el Perú”, en el noticiero La Encerrona del 08 de marzo del 2022-, ha devenido completo e integral. Las leyes protegen y garantizan mejor la condición de las mujeres ya que los delitos han sido claramente tipificados y los procesos cautelares permiten intervenir ante las primeras evidencias, especialmente en casos de acoso y chantaje sexual o agresivo.

 


Pero frente a las mejoras legales y normativas, el mayor desafío de la sociedad nacional alude a las características sociales y culturales de los peruanos. No es, claro está, exclusivo del Perú, pero nos referiremos en esta ocasión al país en el que vivimos.  El machismo, la homofobia, el racismo y el clasismo perviven en la deformación (en lugar de formación) de las personas. Seis de cada 10, toleran la violencia de género. Uno de cada tres, consideran el acoso como consecuencia de la provocación femenina. Uno de cada cuatro, creen que las mujeres tienen que tener sexo cuando el hombre lo requiera.

Las entrevistadas y locutoras de diferentes programas perciben que es totalmente legitimo conmemorar esta fecha pero que les genera desazón y desgaste psicológico la lentitud de los avances. El retroceso en la paridad de carteras ministeriales y curules congresales, así como el que las mujeres ganen menos al ejecutar las mismas funciones laborales que los hombres, daba pie al mencionado desaliento. En el caso de orientaciones sexuales e identidad de género, advierten que la discriminación por machismo se incrementa.

Por estas razones, es saludable mantenerse alertas ante las variadas manifestaciones del machismo, que genera exclusión y estigmatización hacia distintos sectores sociales aún hoy en día, en pleno siglo XXI. Reflexionábamos con ustedes en el artículo anterior, sobre las incoherencias en las que podemos incurrir, a pesar de nuestras decisiones más sólidas de ser solidarios, amplios, libres y creativos, en estos temas de tanta actualidad. Por eso necesitamos seguirnos revisando crítica y autocríticamente como docentes y madres o padres de familia.

En este contexto, quisiéramos explorar con un ejemplo vital, la aceptación de lo que cada quien es y de cómo esa aceptación nos lleva a niveles de autoestima satisfactorios y saludables. Las anécdotas que, de forma lúcida y creativa, nos relata la escritora nigeriana, Chimamanda Ngozi Adichie, nos servirán como botón de la muestra.



En la conferencia del simposio anual TEDxEuston, centrado en África, con el título “Todos deberíamos ser feministas”, Chimamanda contó varios episodios de su vida. Habló de la presencia de un amigo con quien tenía una amistad profunda y la confianza suficiente como para pedirle opinión sobre los chicos que le gustaban.

En una oportunidad, nos relata la autora, a la edad de 14 años:

“Estábamos en su casa, discutiendo, los dos atiborrados del conocimiento a medio digerir de los libros que habíamos leído. No me acuerdo de qué estábamos debatiendo en concreto. Pero me acuerdo que, en medio de toda mi diatriba (…), me miró y me dijo: ¿Sabes que eres una feminista?

No era un cumplido. Me di cuenta por el tono en que lo dijo, el mismo tono con el que alguien te podría decir: “Tú apoyas el terrorismo”.

Yo no sabía qué quería decir exactamente aquello de “feminista”. Pero no quería que (…) se diera cuenta de que no lo sabía. Así que lo pasé por alto y seguí discutiendo. Lo primero que pensaba hacer, nada más llegar a casa, era buscar la palabra en el diccionario”.

Años después, al publicar “La flor púrpura”, en el 2003, sobre un hombre que maltrata verbal y físicamente a su pareja, un periodista le aconsejó no presentarse como feminista ya que las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido. Así que decidió presentarse como “feminista feliz”.

En otro encuentro profesional, una académica de su país le dijo que el feminismo no formaba parte de su cultura, que era anti africano y que seguro era feminista por leer libros occidentales. Lo cierto es que Chimamanda se aburría con los clásicos del feminismo y le encantaban las novelas románticas, decididamente antifeministas. Tras ese encuentro, decidió presentarse como “feminista feliz africana”.

En otra oportunidad, una amiga íntima le dijo que las feministas odiaban a los hombres, lo que la llevó a definirse como “feminista feliz africana que no odia a los hombres”. Después de escuchar algunas opiniones más, decidió presentarse como “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”.

Lo absurdo y lo satírico de los prejuicios hacia la mujer que busca la igualdad, la justicia y la libertad de ser una misma, aparecen con toda su extravagancia en estas anécdotas y en los escritos reivindicativos de la autora nigeriana.

 

Ella lo dice así: “Por supuesto, gran parte de todo esto era irónico, pero lo que demuestra es que la palabra “feminista” está cargada de connotaciones, connotaciones negativas. Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante”.

Además de irse afirmando ante cada contrariedad que las personas le manifestaban, Chimamanda nos sitúa ante exigencias condicionadas socialmente que validan la prevalencia de los roles masculinos en desmedro de los femeninos. En Nigeria le llaman “monitor de la clase” al brigadier nuestro. A pesar de que la profesora había dicho que quien obtuviese la más alta calificación en su curso sería monitor, nombraron al que obtuvo la segunda nota porque era varón, frente a ella que obtuvo el primer puesto.

Lo mismo que con los monitores de clase, ocurre con los presidentes de empresas, catedráticos, líderes de opinión, choferes de buses, taxistas y demás profesiones. En el Perú, muchos de estos estereotipos han menguado, pero lo que perciben como ingresos uno y otra son dispares. Asimismo, igual en nuestro país que en Nigeria, muchos creen que es suficiente con lo que se ha “logrado”. Que en el pasado había discriminación por género pero que ahora no. Es preciso insistir en la desazón de las periodistas y entrevistadas por el Día Internacional de la Mujer, que destacáramos al iniciar este artículo.

Otro ejemplo nigeriano que ocurre con espantosa frecuencia en Lima, al menos, sino en todo nuestro país, se refiere a la propina que se deja en los restaurantes o que se le da al que cuida el carro. En Lagos, Chimamanda le entregó unas monedas al muchacho que les había cuidado el auto mientras tomaba café con un amigo. Cuando recibió el dinero, el chico dijo “Gracias señor”. El amigo le retrucó: “Pero si yo no te he dado las monedas”. La expresión del chico fue tan elocuente que los dos, Chimamanda y su amigo, entendieron que el muchacho creía que ese dinero venía del amigo porque el amigo era hombre. El varón está asociado al dinero, cual único proveedor, mientras que la mujer está inexorablemente relacionada con el hogar, la familia y los hijos, así sea ella la proveedora y la que paga las cuentas o da las propinas. 


Hemos insinuado mediante anécdotas vividas por la escritora y feminista nigeriana Ngozi Adichie, lo importante que es la aceptación para poder defender con autoestima la propia identidad. Esto es válido para cualquier orientación sexual e identidad de género. En el próximo artículo revisaremos cómo se estructura la autoestima y qué papel juega la aceptación en esa construcción de identidad. Hasta pronto.

viernes, 4 de marzo de 2022

Tratemos con equidad a las chicas y a los chicos

En el artículo anterior, cuestionamos muchos asuntos relativos a nuestro trato cotidiano con los chicos y chicas con quienes nos encontramos, sean estudiantes del colegio o nuestros hijos e hijas en nuestros hogares.

¿Qué ocurre? ¿Por qué tantas preguntas? Porque hemos constatado que muchos de nosotros, en la vida diaria, contradecimos sin querer, lo que aparentemente tenemos claro en teoría.

Todos, de alguna manera, dado el nivel cultural y el compromiso con diferentes instancias de solidaridad en lo político y social, hemos trabajado o nos hemos informado de conceptos tales como: machismo, feminismo, equidad de género, masculinidad, femineidad, masculino y femenino; al tiempo que hemos sido testigos, activos o pasivos, de la polémica entre “enfoque de género” y lo que un sector se empeña en tipificar como “ideología de género”.


Es prudente y necesario volver a revisar estas nociones, tener claridad y solvencia al tratar con ellas, para ser parte positiva de un cambio de mentalidad y de práctica cotidiana en lo relativo a estos temas. Se sugiere a los colectivos a los que pertenezcamos, al Colegio La Casa de Cartón y su comunidad educativa en particular, dialogar ampliamente sobre estos asuntos, revisar bibliografía y data reciente sobre ellos, ya que estos tiempos de transformación así lo exigen. ¿Por qué?

Porque sin darnos cuenta conscientemente, podemos solicitar con mucha frecuencia la presencia de nuestras hijas en las tareas del hogar, ya sean de limpieza, cocina, orden; y ser más permisivos con los muchachos en estos quehaceres. O también, pedirle a nuestros hijos o estudiantes, atender cuestiones de mecánica del carro o de la bicicleta, sacarlos a la calle a hacer compras en mercados y tiendas, fortaleciendo –sin querer o subliminalmente- la asociación de ciertos roles con el género. Los hombres a la calle y en cuestiones de tecnología o ciencia, mientras que las mujeres a la casa y dedicadas a esas labores, todo ello a pesar de ser muy claros teóricamente en estos temas. Repetimos un modelo cultural muy afincado en nosotros, por nuestra crianza, a pesar de tener una opción alternativa en nuestra forma de vida y manera de pensar adoptada por propia voluntad.

Es humano tener contradicciones. Por esto mismo, el objetivo de estas líneas es proponer la revisión de estos aspectos tan importantes ligados a la aceptación del propio cuerpo o esquema corporal, a sentirse bien con nuestra parte física y lo que esta nos permite hacer y ser, a lograr una identidad saludable en base a la aceptación plena de uno mismo tal cual somos como personas totales, así como a lidiar con los condicionamientos socio culturales respecto a qué es ser mujer y qué es ser hombre.

Sabemos que actualmente este tema requiere de especial tino y sensatez en su trato, porque hay un despertar cultural que no había antes y este permite una libertad mayor en los estudiantes para escoger a qué género quieren pertenecer o se sienten de acuerdo a su esquema corporal, pero hay que ser cautos: todo ello puede pertenecer a una etapa de desarrollo evolutivo y de influencia cultural, así que sería pertinente decir algo así como “en estos tiempos te sientes chico o chica pero vamos a ver si con el paso del tiempo cambias tu parecer o sentimientos porque en la adolescencia se está en procesos dinámicos de cambios”.



 

El trato diferenciado hacia chicas y chicos puede ser remplazado por un tratamiento horizontal y desprejuiciado hacia ambos sexos. Tomar consciencia de nuestras contradicciones entre pensar y actuar es un primer paso. El estilo de responsabilidades rotativas del colegio es un buen ejemplo de práctica exitosa en la realización de actividades donde no importa si el que las efectúa es hombre o mujer, sino que se busca el que todos conozcan, sean capaces y ejerciten aspectos indispensables para una convivencia democrática efectiva. Por eso la rotación.

Un ámbito decisivo de contravenciones e incoherencias puede evidenciarse en las bromas y chistes. En el desempeño social y laboral diario, muchos nos permitimos bromear con alegría. La idea es reírse con y no burlarse de. Entre los varones, hemos observado una excesiva carga sexista en los chistes.  En ellos, los hombres suelen reír con mayor intensidad cuando se hacen bromas que denigran, hacen burla o prostituyen a la mujer. La mujer como objeto sexual o como inferior sale a relucir con fuerza en bromas y chistes, que terminan siendo mofas, casi todos de índole machista a pesar de la manera de pensar “políticamente correcta” de aquellos que participan en las bufonadas.

Más delicado aún, y por ende reviste mayor gravedad, es cuando las bromas entre docentes o entre estudiantes aluden a cambios de sexo, en el sentido de hacer mujer al compañero. En términos muy explícitos, -y disculpen la expresión, pero es por desgracia, muy usual-, se trata de decirle o insinuarle al otro que es “maricón”. Y con esta palabra se alude a homosexualidad, afeminamiento u otras manifestaciones descarnadas en su vulgaridad sexual.

La carga negativa en relación al “ser mujer” que implica “mariconear” al otro, no hace más que verificar la desvalorización y prejuicios de los varones que bromean así entre ellos o las dudas que tienen sobre su identidad sexual. Lo mismo, en términos de gravedad, ocurre cuando al referirse a una mujer con carácter fuerte, algunos compañeros de trabajo expresan que está “a dieta”, insinuando abstinencia sexual, y que esa es la razón del mal carácter. También pueden aludir a las mujeres con intensa personalidad como “machona”. Prejuicios sin argumentos como éstos, más machistas son difíciles de encontrar.


 

Es urgente revisar estas variables que entorpecen la labor educativa en el colegio, ya que entre broma y broma la verdad se asoma y nos habla de cómo estamos comprendiendo o no, aquello que en teoría decimos respetar y valorar: los derechos humanos de mujeres y hombres por igual, así como la equidad e inclusión como requisito para el desarrollo personal, social, profesional, laboral y cultural pleno de cada ser humano, sin distinción de sexo.  

Si esto ocurre en el terreno de las bromas y chistes, que se supone deberían generar alegría, mas no denigración sexista, imaginémonos ahora lo que puede ocurrir en el terreno de las emociones no tan positivas. El miedo, la ira, el resentimiento, la piconería y la agresión verbal o física podrían estar cargados de componentes sexistas y eso sí, recalentar un ambiente familiar explosivo y saturado, que podría desencadenar en violencia familiar explícita o física, así como en violencia implícita o verbal, ambas no deseables en absoluto. En el escenario escolar, este aspecto viene siendo trabajado muy decidida e intensamente por las autoridades escolares junto con el psicopedagógico. Pero igual, manteniendo la actitud preventiva, volver a darle una mirada a estos temas no estaría de más.

En la comunidad educativa del colegio, se presentan varios casos de separaciones de las parejas, entre las madres y padres de familia. Desearíamos que todos estos alejamientos fuesen respetuosos y dignos, pero no siempre es así. Algunos casos de separación pueden ocasionar un ambiente hostil y tenso con discusiones, maltratos o burlas que generan mucho miedo e inseguridad en las hijas o hijos que se ven envueltos en esta atmósfera nociva. Tener una data de los casos de violencia familiar entre nuestros estudiantes es urgente. Seguramente ya se han tomado medidas al respecto en el colegio.

Por todos estos aspectos, presentados someramente, es importante y perentorio tener un trato equitativo, solidario, democrático y justo con las chicas y chicos, tanto en el colegio como en la casa.


En el próximo artículo, revisaremos cómo está ligada la imagen corporal a la autoestima y cómo afectan los estereotipos a la salud social, en general, y a las relaciones de intimidad y a la salud reproductiva, en particular. Haremos un recuento de estas variables, a la luz del testimonio de Chimamanda Ngozi Adichie, literata y feminista nigeriana, cuyo entorno social presenta demasiadas analogías con el nuestro. Hasta entonces.