Durante todo
este año de pandemia hemos visto cómo la muerte se acercaba poco a poco a
nuestras vidas. Al comienzo, la enfermedad estaba muy intensa en China y
Europa. Luego llegó a Estados Unidos. Se enfermaban y morían
seres humanos que podían sensibilizarnos por las vidas que se iban y las
familias que afectaba, pero que, en última instancia, se encontraban muy lejos
de nosotros. Era un dolor de especie compartida, un dolor global como global se
ha vuelto el planeta y las relaciones entre los humanos que lo habitamos.
Aun cuando
el virus empezó a crecer en nuestro país, en toda Latinoamérica y demás partes
del mundo, todavía podía vérsele distante ya que, gracias a poder satisfacer
las necesidades básicas para una vida de calidad, nos era posible acatar todas
y cada una de las medidas de prevención y asumir con total rigor las
cuarentenas. No teníamos que exponernos como las personas que estaban obligadas
a salir a las calles a ganarse la vida cada día o como esos tantísimos hogares
que no podían hacer compras para varias semanas, ni contaban con refrigeradora
para almacenar alimentos. Tenían que vivir al día y eso era un riesgo durante
la primera ola.
La expansión
de la enfermedad se mantenía, pero fue imposible contener a las familias dentro
de casa, dadas las exigencias de la economía para que la vida continuara. La
muerte se acercó cada vez más a nuestra existencia. En la segunda ola, tocó
poderosamente nuestras puertas y se logró introducir en varios hogares de gente
conocida, amigos y familiares. Su presencia afectó a la Comunidad Educativa de
La Casa de Cartón.
Junto con
los casos de Covid 19, seguían y continúan dándose las enfermedades que afectan
a la humanidad desde siempre. Incluso se mantiene la polémica entre las cifras
oficiales del Ministerio de Salud y aquellas que maneja el Sistema Informático
Nacional de Defunciones. La no exactitud en los diagnósticos ha hecho que se
presenten a la ciudadanía nacional dos datas de casos Covid: la lista oficial y
la extraoficial, siendo esta última casi el triple en número de casos que
aquella.
Pero la
muerte sigue su curso, sea por el virus o por las enfermedades de siempre, y ya
se metió en nuestras vidas, con el profundo dolor que ocasionan las pérdidas de
personas que amamos. Tenemos familiares, amigos y amigas, compañeros de trabajo
y tantas personas conocidas que han tenido la enfermedad y la han superado,
aunque también, algunos casos de seres queridos que no sobrevivieron.
Ante estas
circunstancias, no es suficiente saber y entender que el ciclo de la vida es
así, que la muerte es el paradero final de todos nosotros. Menos aún, cuando la
persona amada es menor de edad. Es una adolescente compañera de estudios, una
hija o un hijo. Toda persona querida que se va, tenga la edad que haya tenido,
deja una huella indeleble que cuesta sanar.
Pero si
aceptamos que la muerte es parte de la vida, entonces hablar de ella y atender
las preguntas de las niñas, los niños y los adolescentes permitiría a los
adultos sanear sus propias ideas y sentimientos sobre ella. Si
existe algo después de esta vida, si hay otras dimensiones, cómo se afrontaran
los vacíos emocionales y económicos que deja el o la difunta, si ha sufrido,
qué hacer con los sentimientos hacia la persona fallecida, cómo seguirla
queriendo en ausencia, son inquietudes que presentan los menores de edad sobre
este tema.
El duelo es
el proceso por el cual los humanos tratamos de reponernos y aliviarnos del dolor
del trance que ocasiona la muerte. El duelo es la etapa de tránsito que va
desde la negación o resignación hasta la aceptación y reconciliación del hecho
doloroso de la pérdida. El estupor, la tristeza abismal del inicio, suele dar
paso a la cólera surgida de la impotencia y el desasosiego; hasta que empieza
uno a resignarse ante las evidencias, ante la ausencia, ante el vacío. Hasta
que cierto tiempo nos permite aceptar lo ocurrido y convertir a nuestra persona
querida en un sol en nuestras vidas, que nos acompaña y está presente en
nuestros corazones, por el resto de nuestros días.
El duelo, en
compañía de otros que amamos, hace menos atroz la despedida. Solos podemos
sufrir más, sin nadie que nos consuele. Juntos, compartiendo los recuerdos de
los seres queridos y agradeciendo a la vida haberlos tenido, así sea solo por
un tiempo que siempre parece corto, podremos sobrellevar lo ocurrido. Resulta
impostergable expresar los sentimientos, llorar, comunicar nuestra angustia y
permitir a todos los deudos manifestar la suya, hablar sobre nuestras emociones,
compartir anécdotas de momentos juntos; en definitiva, hacer de este evento lo
que es: una parte ineludible de la vida, algo natural, aun cuando el momento en
que ocurra no se perciba así.
Los valores,
creencias o principios espirituales que cada quien haya desarrollado, también
ayudan a darle dimensión a las pérdidas. Las diferentes maneras de entender el
ciclo de la vida, hacen posibles ciertas racionalizaciones que nos ayudan a
aceptar los misterios inexplicables.
A todas las
personas de la Comunidad Educativa de La Casa de Cartón, un fuerte abrazo solidario
en esta hora en que todos estamos perdiendo seres queridos, ya sea por el virus
de la pandemia o por otras razones médicas. Muy sentidamente, total fraternidad
con los papás de Valeria, con su hermana, con toda su familia amplia, con sus
compañeras y compañeros de clase, con sus profesoras y profesores, con toda la
gente que la conocía y amaba.
Como comentó Susana de
Vivanco, de EDUCALTER: “En estos momentos tan difíciles es preciso reconciliarnos con la vida, con el milagro y
la maravilla de la vida, con la idea de que Valeria querría que su familia
continúe con el asombro de la vida, el descubrimiento perpetuo de ella, y los
seres queridos que forman una familia y la siguen formando y tienen que hacer
esfuerzos para valorar el hecho de que se siguen teniendo a ellos mismos, y que
siguen con vida y que ya nadie les va a arrebatar a su querida Valeria porque
el reto es incorporarla en su vida, en su sangre, como un dulce recuerdo que
acompañe.
Con el
corazón en la mano, vaya para ustedes todo el afecto del que somos capaces.
Carlos Ureña Gayoso
Miembro de EDUCALTER
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