martes, 16 de noviembre de 2021

De la oscuridad a la luz

La pandemia incrementó la sensación de inseguridad que, de por sí, le es propia a la ciudad de Lima y a las vicisitudes de cualquier vida expuesta a los innumerables desafíos que conlleva la existencia. Por más que uno tenga trabajo, un seguro y algunos ahorritos en el banco, nadie está libre de sufrir reveces y hasta revolcones severos en este permanente aprendizaje de vivir con dignidad e íntegramente.



No hay ninguna persona, menos aún ninguna familia, que no haya tenido que vérselas con algún ser querido en la unidad de cuidados intensivos (UCI) o en la sala de emergencias de algún hospital o clínica, o padeciendo la covid-19 en casa, durante los últimos 20 meses. Ya sean amigos, familiares o conocidos cercanos, a todos nos ha tocado la impotencia y la enorme vulnerabilidad de sentir lo frágil y fugaz que puede ser la vida al vivir directamente una pérdida o al enterarnos de los padecimientos de alguien de nuestro entorno. Nos vimos en procesos de duelo por aquellos que partieron dejando vacío y por los cambios que la realidad nos impuso durante este periodo, y que hasta hoy lo hace, en menor medida.

 

A esta dolorosa realidad se suma todo lo que significó vernos privados de libertad durante la cuarentena que siguió al desastre sanitario que provocó la covid-19. Gracias a la tecnología se mantuvieron los contactos sociales, el trabajo a distancia y las clases para aquellos que podíamos conectarnos en las redes. Otros muchos, no gozaron de la misma suerte. Sea como fuese, con o sin conectividad, aumentaron las tensiones, el aburrimiento, la depresión en algunas personas; el miedo y hasta la paranoia en otras; la ansiedad y mucha sintomatología somática, psicosomática y psicológica en grandes sectores de la población, incluyendo a jóvenes universitarios y a niñas, niños y adolescentes en edad escolar (las cifras de la Universidad Católica estimaron una afectación del 34 % en menores de 25 años, según vimos en un artículo anterior de este blog).


Toda la población está viviendo una especie de nuevo comienzo en la nueva “normalidad” que viene trayendo el descenso de los indicadores de mortalidad y morbilidad respecto al virus pandémico que las ocasionaba. Madres y padres con sus hijos, ancianos, adultos solos o acompañados, jóvenes de toda edad, pueblan los parques y los centros comerciales, los malecones y las calles, los cines y los restaurantes. Las escuelas y colegios van volviendo lentamente a sus quehaceres, aunque los del sector público siguen –en su mayoría- vacíos.  

 

Durante la efervescencia de la epidemia mundial, personas de toda edad encontraron mecanismos alternativos para manejar las emociones, actitudes y pensamientos negativos que les producía el miedo a la enfermedad, la muerte, la incertidumbre o el encierro. Muchas personas enfermaron o mostraron síntomas de diversos padecimientos (no necesariamente covid-19), pero muchos otros buscaron diversas opciones para evitar el desasosiego y el abatimiento al que la peste nos empujaba. Aquellos que lograron apelar a la resiliencia y la proactividad, manejaron mejor la crisis personal, familiar y económica a la que nos vimos expuestos sin desearlo.

 

Fueron múltiples y sumamente variados los recursos que utilizaron personas y familias para aliviar o encaminar de la mejor manera posible los retos que trajo este cambio severo en las pautas cotidianas de comportamiento individual y colectivo que, aunque ha disminuido, sigue firme y la necesidad de protegernos continúa siendo importante.

 

Entre las opciones más saludables, las personas, individualmente, en pareja o en familia, encontraron los siguientes canales para manejar el estrés pandémico: La gimnasia en el peor momento de la inamovilidad o los deportes en solitario o parejas. Cuando se permitieron espacios sin toque de queda, fueron un medio para canalizar las tensiones y la zozobra que generaba la plaga. El arte, en cualquiera de sus lenguajes, fue otro conducto privilegiado de desahogo ya que, adicionalmente, podía ser realizado en familia o individualmente. Los juegos de salón, los rompecabezas, las películas o videos también fueron útiles para varias familias. El reordenamiento total de la casa o de partes de ella, así como el cocinar diferentes potajes o postres, alivió asimismo a muchos hogares. El yoga y la meditación también resultaron ser muy efectivos.


Sobre estas últimas actividades, yoga y meditación, quisiéramos enfatizar una nueva tendencia que retoma o replantea viejas tradiciones orientales para estar en el presente plenamente, en el aquí y ahora con consciencia total, con atención alerta a lo que sucede en este preciso momento. A esta tendencia que reelabora las concepciones y técnicas de meditación ancestrales, se ha dado en denominarla “mindfullness” en occidente.

 

Haciendo una síntesis apretada de varias definiciones de internet, se puede decir que mindfullness alude a la capacidad humana elemental o a la facultad psicológica de corte espiritual, que nos permite alcanzar un profundo estado de consciencia sobre nuestras sensaciones, emociones, pensamientos y comportamientos, sin juzgarlos, viviéndolos intensamente al prestarle atención a lo que experimentamos aquí y ahora, en este preciso momento. Estar en el presente, con plena atención y consciencia, darse cuenta de lo que se está percibiendo y cómo se procesa en el interior, vivir en constante descubrimiento interno o de revelaciones (insight en inglés), son sinónimos de mindfullness y tienen que ver con esta tendencia de adecuación de antiguos saberes orientales a las necesidades de un occidente cada vez más global y en diálogo intercultural.  

 

La elección de aspectos filosóficos, estilos de vida prácticos o ejercicios concretos vinculados a la meditación o al yoga y dentro de ellos (o en paralelo, como veremos en nuestro próximo artículo), al mindfullnes, viene incrementándose en las sociedades por el sosiego y la paz interior que generan, según la opinión de expertos en el tema y de practicantes de estas disciplinas. Frente a la incertidumbre y los cambios, con o sin pandemia, adoptar este estilo de vida podría llevarnos de la oscuridad a la luz. Hasta pronto.


Nota: Las ilustraciones son de Maurits Cornelis Escher (Holanda, 1898-1972).

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