La pandemia incrementó
la sensación de inseguridad que, de por sí, le es propia a la ciudad de Lima y
a las vicisitudes de cualquier vida expuesta a los innumerables desafíos que
conlleva la existencia. Por más que uno tenga trabajo, un seguro y algunos
ahorritos en el banco, nadie está libre de sufrir reveces y hasta revolcones
severos en este permanente aprendizaje de vivir con dignidad e íntegramente.
No hay
ninguna persona, menos aún ninguna familia, que no haya tenido que vérselas con
algún ser querido en la unidad de cuidados intensivos (UCI) o en la sala de
emergencias de algún hospital o clínica, o padeciendo la covid-19 en casa, durante
los últimos 20 meses. Ya sean amigos, familiares o conocidos cercanos, a todos
nos ha tocado la impotencia y la enorme vulnerabilidad de sentir lo frágil y
fugaz que puede ser la vida al vivir directamente una pérdida o al enterarnos
de los padecimientos de alguien de nuestro entorno. Nos vimos en procesos de
duelo por aquellos que partieron dejando vacío y por los cambios que la realidad
nos impuso durante este periodo, y que hasta hoy lo hace, en menor medida.
A esta
dolorosa realidad se suma todo lo que significó vernos privados de libertad
durante la cuarentena que siguió al desastre sanitario que provocó la covid-19.
Gracias a la tecnología se mantuvieron los contactos sociales, el trabajo a
distancia y las clases para aquellos que podíamos conectarnos en las redes. Otros
muchos, no gozaron de la misma suerte. Sea como fuese, con o sin conectividad,
aumentaron las tensiones, el aburrimiento, la depresión en algunas personas; el
miedo y hasta la paranoia en otras; la ansiedad y mucha sintomatología
somática, psicosomática y psicológica en grandes sectores de la población,
incluyendo a jóvenes universitarios y a niñas, niños y adolescentes en edad
escolar (las cifras de la Universidad Católica estimaron una afectación del 34
% en menores de 25 años, según vimos en un artículo anterior de este blog).
Toda la
población está viviendo una especie de nuevo comienzo en la nueva “normalidad”
que viene trayendo el descenso de los indicadores de mortalidad y morbilidad
respecto al virus pandémico que las ocasionaba. Madres y padres con sus hijos,
ancianos, adultos solos o acompañados, jóvenes de toda edad, pueblan los
parques y los centros comerciales, los malecones y las calles, los cines y los
restaurantes. Las escuelas y colegios van volviendo lentamente a sus
quehaceres, aunque los del sector público siguen –en su mayoría- vacíos.
Durante la
efervescencia de la epidemia mundial, personas de toda edad encontraron
mecanismos alternativos para manejar las emociones, actitudes y pensamientos
negativos que les producía el miedo a la enfermedad, la muerte, la
incertidumbre o el encierro. Muchas personas enfermaron o mostraron síntomas de
diversos padecimientos (no necesariamente covid-19), pero muchos otros buscaron
diversas opciones para evitar el desasosiego y el abatimiento al que la peste
nos empujaba. Aquellos que lograron apelar a la resiliencia y la proactividad,
manejaron mejor la crisis personal, familiar y económica a la que nos vimos
expuestos sin desearlo.
Fueron
múltiples y sumamente variados los recursos que utilizaron personas y familias
para aliviar o encaminar de la mejor manera posible los retos que trajo este
cambio severo en las pautas cotidianas de comportamiento individual y colectivo
que, aunque ha disminuido, sigue firme y la necesidad de protegernos continúa
siendo importante.
Entre las
opciones más saludables, las personas, individualmente, en pareja o en familia,
encontraron los siguientes canales para manejar el estrés pandémico: La
gimnasia en el peor momento de la inamovilidad o los deportes en solitario o
parejas. Cuando se permitieron espacios sin toque de queda, fueron un medio
para canalizar las tensiones y la zozobra que generaba la plaga. El arte, en
cualquiera de sus lenguajes, fue otro conducto privilegiado de desahogo ya que,
adicionalmente, podía ser realizado en familia o individualmente. Los juegos de
salón, los rompecabezas, las películas o videos también fueron útiles para
varias familias. El reordenamiento total de la casa o de partes de ella, así
como el cocinar diferentes potajes o postres, alivió asimismo a muchos hogares.
El yoga y la meditación también resultaron ser muy efectivos.
Sobre estas
últimas actividades, yoga y meditación, quisiéramos enfatizar una nueva
tendencia que retoma o replantea viejas tradiciones orientales para estar en el
presente plenamente, en el aquí y ahora con consciencia total, con atención
alerta a lo que sucede en este preciso momento. A esta tendencia que reelabora
las concepciones y técnicas de meditación ancestrales, se ha dado en
denominarla “mindfullness” en occidente.
Haciendo una
síntesis apretada de varias definiciones de internet, se puede decir que
mindfullness alude a la capacidad humana elemental o a la facultad psicológica
de corte espiritual, que nos permite alcanzar un profundo estado de consciencia
sobre nuestras sensaciones, emociones, pensamientos y comportamientos, sin
juzgarlos, viviéndolos intensamente al prestarle atención a lo que
experimentamos aquí y ahora, en este preciso momento. Estar en el presente, con
plena atención y consciencia, darse cuenta de lo que se está percibiendo y cómo
se procesa en el interior, vivir en constante descubrimiento interno o de
revelaciones (insight en inglés), son sinónimos de mindfullness y tienen que
ver con esta tendencia de adecuación de antiguos saberes orientales a las
necesidades de un occidente cada vez más global y en diálogo intercultural.
La elección
de aspectos filosóficos, estilos de vida prácticos o ejercicios concretos
vinculados a la meditación o al yoga y dentro de ellos (o en paralelo, como veremos en nuestro próximo artículo), al
mindfullnes, viene incrementándose en las sociedades por el sosiego y la paz
interior que generan, según la opinión de expertos en el tema y de practicantes
de estas disciplinas. Frente a la incertidumbre y los cambios, con o sin
pandemia, adoptar este estilo de vida podría llevarnos de la oscuridad a la
luz. Hasta pronto.
Nota: Las
ilustraciones son de Maurits Cornelis Escher (Holanda, 1898-1972).
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