El viernes
17 fue la clausura del año escolar. Despedimos a los Arkadien, promoción 28 del
colegio, y les deseamos lo mejor a toda la comunidad educativa al finalizar un
año más, a pesar de los apesares. Un año controversial que fue capaz de sacar
lo mejor y lo peor de nosotros, un periodo de esperanza, solidaridad y
resiliencia frente a la adversidad y los retos que afrontó La Casa de Cartón,
la sociedad peruana en su conjunto y la humanidad por esta pandemia que no
termina de irse. También fue un año de dolores mordaces, ocasionados por la
enfermedad o pérdida de nuestros seres queridos, o por el zarandeo de los
cambios y riesgos a los que nos expuso esta etapa tan intensa, que nos hizo ver
con demasiada claridad lo vulnerables que somos. Ahora que termina el 2021 y
comienza el 2022, podría ser una buena oportunidad para evaluar cómo estamos en
cuanto a nuestras actitudes. ¿Hemos sacado lo mejor o lo peor de nosotros?
¿Cómo nos autoevaluamos?
Para
comenzar, recordemos que el cómo asumamos las adversidades y reveses que la
vida nos presenta, suele relacionarse con: (i) Nuestra historia personal,
familiar y socio cultural, (ii) las actitudes y valores que hemos adoptado de
manera consciente o inconsciente, y (iii) con las decisiones que tomamos hoy en
función de las motivaciones que nos llevan a tomarlas.
Tipifiquemos
en dos -para hacerlo lo más simple posible-, las actitudes frente a lo que nos
trae la vida tanto en la cotidianidad como ante eventos de envergadura, como
los recientemente vividos a escala local, nacional y mundial. La actitud puede
ser positiva o negativa, con muchos matices e inflexiones entre ambas.
Empecemos
por la actitud negativa. Si en nuestra vida personal ocurrieron eventos muy
fuertes que nunca (o hasta ahora) no pudimos ni resolver ni sanar, ni terapear
ni desfogar con el arte, el deporte, la ciencia, los amigos, o la actividad
profesional o laboral, entonces es posible que predomine en nuestro ánimo
cierto pesimismo, suspicacia, recelo, mucho temor, resentimientos y cólera, que
desembocan inevitablemente en una actitud negativa. No hemos podido ni aceptar
lo que pasó, ni aceptarnos a nosotros mismos en esos vaivenes a los que nos
expuso la vida.
Tampoco hemos
llegado a querernos por lo que somos, sino que buscamos la aprobación de los
demás. No es autoestima sino ego lo que manifestamos. Podemos sentirnos víctimas
o podemos actuar como victimarios. Pasamos del ego inflado, sobrevalorando nuestra
propia persona y sintiéndonos superiores a los demás. O podemos sentirnos
víctimas, presas de la inseguridad y el desamparo, cayendo fácilmente en la
autocompasión: “pobrecito de mí”, “nadie me quiere”, “nadie me comprende”, “yo
solo tengo que hacer todo” y un largo etcétera de variables autodestructivas,
cargadas de vergüenza y culpa, capaces no solo de hacernos daño sino de maltratar
a los demás, especialmente a los de nuestro entorno inmediato.
El sentirnos
víctimas y mantener una actitud negativa nos resta energía y vitalidad, nos
enferma y nos destruye lentamente. El miedo es el eje central de las ansiedades,
de los síntomas psicosomáticos, del estrés, del malhumor y de la violencia. La
mayoría de veces, al miedo se suman los resentimientos y la cólera, el
egocentrismo y la violencia, física o psicológica (incluye la verbal). Vivimos
resignados y cada vez que recordamos el motivo de nuestra resignación, se
activa lo negativo que sigue ahí, sin resolver. No queremos ni deseamos esto
que vivimos, pero sigue allí y nos hace sentir abrumados. Nos acosa desde nuestro
propio ser ya que no nos hemos permitido afrontarlo de una buena vez.
Si estamos
en esa actitud negativa o en alguna de las manifestaciones que acabamos de
enumerar, ¿cómo podemos salir de ese estado y pasar a una actitud positiva?
El primer
paso para liberarnos de la negatividad, el pesimismo, la victimización, la
queja constante o el perfeccionismo, de nuestras actitudes negativas, en suma,
es reconocer que tenemos esa o esas características perjudiciales. Ser
conscientes de ellas empieza a ser parte de la solución. Negar que las tenemos,
nos mantiene atados a ellas. Luchar contra ellas, causa el efecto contrario: se
aferran con mayor fuerza. La clave radica en rendirse y aceptar que somos así,
que nos sentimos víctimas, que en nosotros predomina el pesimismo, que nos quejamos
o lamentamos con demasiada frecuencia, o que somos perfectos y que nadie hace
las cosas como nosotros.
Nos rendimos.
“No puedo con estas actitudes negativas”. “Soy impotente frente a ellas”. “No
tengo control ni gobierno sobre esta tendencia mía tan dañina para mí mismo y
para los demás”. Si nos rendimos completamente, la aceptación llegará con mayor
fluidez. Si nos resistimos, igual nos mantendremos en la resignación. (1).
Una vez dado
el primer paso, el de rendirnos ante nuestros síntomas y aceptarlos plenamente,
resulta prudente pedir ayuda: de la pareja, de los hijos e hijas, de amigos y
amigas, de un/a terapeuta, de un/a coach, de literatura o videos de autoayuda,
de alguien de nuestra total confianza que nos permita elaborar en conjunto, un
camino para salir del hoyo de la negatividad.
También necesitamos
llegar a creer que algo mucho más grande que uno mismo puede librarnos de nuestra
negatividad, que nos puede ayudar a recuperar el sano juicio en este aspecto.
Es preciso encontrar por propia decisión un poder mayor que nuestras actitudes
negativas. La vida, el amor, la gratitud, la solidaridad y los valores del
colegio, la energía cósmica, el ser verdadero, Dios como cada quien lo conciba,
la naturaleza u otro elemento que sea considerado “sagrado” o “lo máximo”,
sirven. Cada quien escoge su Poder Superior y lo hace a su medida y necesidad.
Lo único que se requiere es que sea más grande que nosotros y que pueda servir
de apoyo para contrarrestar la fuerza de lo negativo. Este sería el segundo
paso.
Necesitamos
sano juicio para no repetir los mismos errores, esperando resultados
diferentes. Dejar de lado la terquedad, el querer tener razón a toda costa, el
pretender saber todo de todo, puede servirnos para vivir bien, al menos mejor
que hasta ahora. Probemos algo diferente para no repetir la misma cantaleta cayendo
en los mismos patrones de conducta que no benefician a nadie y nos mantienen
negativos.
También
resulta sumamente útil para propiciar y mantener el cambio personal, ser
conscientes de lo que vivimos y modificar el enfoque que tenemos de nuestra
realidad inmediata. Si en lugar de ver siempre lo que me falta, nuestros
errores o los de los demás, las imperfecciones y problemas, nos centramos en
observar y agradecer todo lo que somos y tenemos, nuestra actitud podría pasar
a positivo. Al despertarnos, nos esforzamos por tomar consciencia de que dormimos
en una cama, con almohada, ropa de cama y pijama. Vamos al baño y… ¡tenemos un
baño! Sale agua del caño cuando lo abrimos, tenemos agua y desagüe en casa, tenemos
luz, energía eléctrica para que funcionen todos los equipos y máquinas. ¡Tenemos
equipos y máquinas, electrodomésticos, hasta un auto a lo mejor! Tenemos tanto que
agradecer, que resulta muy liberador hacer una lista de todo aquello por lo que
podemos estar agradecidos. Eso contrarresta la negatividad y se parece mucho a
las afirmaciones positivas que muchos grupos utilizan para mejorar la
autoestima. Pero de eso nos ocuparemos en al próximo artículo.
Hasta
pronto.
(1) En los tres artículos anteriores, hemos revisado los fundamentos y
técnicas de la Consciencia o Atención Plena (Mindfulness), que ayudan a estar
aquí y ahora, así como a tomar consciencia de nosotros mismos como
protagonistas de nuestras vidas. Es una manera de contrarrestar el negativismo,
de valorar nuestra vida y estar vivos hoy.
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