domingo, 2 de enero de 2022

De la resignación a la aceptación

El viernes 17 fue la clausura del año escolar. Despedimos a los Arkadien, promoción 28 del colegio, y les deseamos lo mejor a toda la comunidad educativa al finalizar un año más, a pesar de los apesares. Un año controversial que fue capaz de sacar lo mejor y lo peor de nosotros, un periodo de esperanza, solidaridad y resiliencia frente a la adversidad y los retos que afrontó La Casa de Cartón, la sociedad peruana en su conjunto y la humanidad por esta pandemia que no termina de irse. También fue un año de dolores mordaces, ocasionados por la enfermedad o pérdida de nuestros seres queridos, o por el zarandeo de los cambios y riesgos a los que nos expuso esta etapa tan intensa, que nos hizo ver con demasiada claridad lo vulnerables que somos. Ahora que termina el 2021 y comienza el 2022, podría ser una buena oportunidad para evaluar cómo estamos en cuanto a nuestras actitudes. ¿Hemos sacado lo mejor o lo peor de nosotros? ¿Cómo nos autoevaluamos?

 

Para comenzar, recordemos que el cómo asumamos las adversidades y reveses que la vida nos presenta, suele relacionarse con: (i) Nuestra historia personal, familiar y socio cultural, (ii) las actitudes y valores que hemos adoptado de manera consciente o inconsciente, y (iii) con las decisiones que tomamos hoy en función de las motivaciones que nos llevan a tomarlas.

 

Tipifiquemos en dos -para hacerlo lo más simple posible-, las actitudes frente a lo que nos trae la vida tanto en la cotidianidad como ante eventos de envergadura, como los recientemente vividos a escala local, nacional y mundial. La actitud puede ser positiva o negativa, con muchos matices e inflexiones entre ambas.

 


Empecemos por la actitud negativa. Si en nuestra vida personal ocurrieron eventos muy fuertes que nunca (o hasta ahora) no pudimos ni resolver ni sanar, ni terapear ni desfogar con el arte, el deporte, la ciencia, los amigos, o la actividad profesional o laboral, entonces es posible que predomine en nuestro ánimo cierto pesimismo, suspicacia, recelo, mucho temor, resentimientos y cólera, que desembocan inevitablemente en una actitud negativa. No hemos podido ni aceptar lo que pasó, ni aceptarnos a nosotros mismos en esos vaivenes a los que nos expuso la vida.

 

Tampoco hemos llegado a querernos por lo que somos, sino que buscamos la aprobación de los demás. No es autoestima sino ego lo que manifestamos. Podemos sentirnos víctimas o podemos actuar como victimarios. Pasamos del ego inflado, sobrevalorando nuestra propia persona y sintiéndonos superiores a los demás. O podemos sentirnos víctimas, presas de la inseguridad y el desamparo, cayendo fácilmente en la autocompasión: “pobrecito de mí”, “nadie me quiere”, “nadie me comprende”, “yo solo tengo que hacer todo” y un largo etcétera de variables autodestructivas, cargadas de vergüenza y culpa, capaces no solo de hacernos daño sino de maltratar a los demás, especialmente a los de nuestro entorno inmediato.

 

El sentirnos víctimas y mantener una actitud negativa nos resta energía y vitalidad, nos enferma y nos destruye lentamente. El miedo es el eje central de las ansiedades, de los síntomas psicosomáticos, del estrés, del malhumor y de la violencia. La mayoría de veces, al miedo se suman los resentimientos y la cólera, el egocentrismo y la violencia, física o psicológica (incluye la verbal). Vivimos resignados y cada vez que recordamos el motivo de nuestra resignación, se activa lo negativo que sigue ahí, sin resolver. No queremos ni deseamos esto que vivimos, pero sigue allí y nos hace sentir abrumados. Nos acosa desde nuestro propio ser ya que no nos hemos permitido afrontarlo de una buena vez.

 

Si estamos en esa actitud negativa o en alguna de las manifestaciones que acabamos de enumerar, ¿cómo podemos salir de ese estado y pasar a una actitud positiva?

 


El primer paso para liberarnos de la negatividad, el pesimismo, la victimización, la queja constante o el perfeccionismo, de nuestras actitudes negativas, en suma, es reconocer que tenemos esa o esas características perjudiciales. Ser conscientes de ellas empieza a ser parte de la solución. Negar que las tenemos, nos mantiene atados a ellas. Luchar contra ellas, causa el efecto contrario: se aferran con mayor fuerza. La clave radica en rendirse y aceptar que somos así, que nos sentimos víctimas, que en nosotros predomina el pesimismo, que nos quejamos o lamentamos con demasiada frecuencia, o que somos perfectos y que nadie hace las cosas como nosotros.

 

Nos rendimos. “No puedo con estas actitudes negativas”. “Soy impotente frente a ellas”. “No tengo control ni gobierno sobre esta tendencia mía tan dañina para mí mismo y para los demás”. Si nos rendimos completamente, la aceptación llegará con mayor fluidez. Si nos resistimos, igual nos mantendremos en la resignación. (1).

 

Una vez dado el primer paso, el de rendirnos ante nuestros síntomas y aceptarlos plenamente, resulta prudente pedir ayuda: de la pareja, de los hijos e hijas, de amigos y amigas, de un/a terapeuta, de un/a coach, de literatura o videos de autoayuda, de alguien de nuestra total confianza que nos permita elaborar en conjunto, un camino para salir del hoyo de la negatividad.

 

También necesitamos llegar a creer que algo mucho más grande que uno mismo puede librarnos de nuestra negatividad, que nos puede ayudar a recuperar el sano juicio en este aspecto. Es preciso encontrar por propia decisión un poder mayor que nuestras actitudes negativas. La vida, el amor, la gratitud, la solidaridad y los valores del colegio, la energía cósmica, el ser verdadero, Dios como cada quien lo conciba, la naturaleza u otro elemento que sea considerado “sagrado” o “lo máximo”, sirven. Cada quien escoge su Poder Superior y lo hace a su medida y necesidad. Lo único que se requiere es que sea más grande que nosotros y que pueda servir de apoyo para contrarrestar la fuerza de lo negativo. Este sería el segundo paso.

 


Necesitamos sano juicio para no repetir los mismos errores, esperando resultados diferentes. Dejar de lado la terquedad, el querer tener razón a toda costa, el pretender saber todo de todo, puede servirnos para vivir bien, al menos mejor que hasta ahora. Probemos algo diferente para no repetir la misma cantaleta cayendo en los mismos patrones de conducta que no benefician a nadie y nos mantienen negativos.

 

También resulta sumamente útil para propiciar y mantener el cambio personal, ser conscientes de lo que vivimos y modificar el enfoque que tenemos de nuestra realidad inmediata. Si en lugar de ver siempre lo que me falta, nuestros errores o los de los demás, las imperfecciones y problemas, nos centramos en observar y agradecer todo lo que somos y tenemos, nuestra actitud podría pasar a positivo. Al despertarnos, nos esforzamos por tomar consciencia de que dormimos en una cama, con almohada, ropa de cama y pijama. Vamos al baño y… ¡tenemos un baño! Sale agua del caño cuando lo abrimos, tenemos agua y desagüe en casa, tenemos luz, energía eléctrica para que funcionen todos los equipos y máquinas. ¡Tenemos equipos y máquinas, electrodomésticos, hasta un auto a lo mejor! Tenemos tanto que agradecer, que resulta muy liberador hacer una lista de todo aquello por lo que podemos estar agradecidos. Eso contrarresta la negatividad y se parece mucho a las afirmaciones positivas que muchos grupos utilizan para mejorar la autoestima. Pero de eso nos ocuparemos en al próximo artículo.

 

Hasta pronto.

 

(1) En los tres artículos anteriores, hemos revisado los fundamentos y técnicas de la Consciencia o Atención Plena (Mindfulness), que ayudan a estar aquí y ahora, así como a tomar consciencia de nosotros mismos como protagonistas de nuestras vidas. Es una manera de contrarrestar el negativismo, de valorar nuestra vida y estar vivos hoy.

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