Todos
pasamos por una serie de etapas de desarrollo que nos permiten transitar de la
dependencia absoluta de algún o algunos adultos, quienes nos cuidan y ayudan a
satisfacer nuestras necesidades básicas, a una creciente independencia de
movimientos y acciones que van encaminándonos hacia la autonomía y la
afirmación de cualidades y destrezas.
De
ser el centro del universo (narcisismo, egocentrismo, dependencia), vamos incrementando
la consciencia de nuestro cuerpo y diferenciándonos del entorno y de las
personas que nos atienden en nuestra inicial indefensión. Las necesidades
básicas, las de seguridad y las de reconocimiento van siendo cubiertas de
alguna forma y en determinados niveles por nuestros tutores (madres, padres,
otros familiares o sustitutos de ellos).
Conforme el cuerpo crece y aumenta nuestra
maduración neurológica y fisiológica, los adultos que nos cuidan nos enseñan a
valernos por nosotros mismos y vamos siendo cada vez más conscientes de que
somos individuos que pertenecemos a una colectividad (familia, escuela,
sociedad).
El
proceso de socialización e individuación nos permite diferenciarnos a la vez
que sentirnos integrados, mediante la evolución y despliegue de nuestras
capacidades físicas, mentales, socio culturales y espirituales. La cobertura
que nos brinda nuestra familia favorece el aprendizaje de hábitos, actitudes y
el desarrollo de habilidades y destrezas que poco a poco, vamos reconociendo como
propias. Reconocer y aceptar nuestro cuerpo como el eje sobre el cual
aprendemos a desempeñarnos en la vida, formándonos una imagen corporal y una
idea de quienes somos, constituyen el cimiento de la autoestima.
De
recibir insumos materiales y afectivos para satisfacer las necesidades de
sobrevivencia, las de seguridad y las de reconocimiento de los demás, vamos
pasando a ser capaces de dar y expresar lo que sentimos, a desempeñarnos por
nosotros mismos para atender nuestros propios requerimientos como personas. La
autonomía y la independencia personales dentro del marco de la adquisición de
actitudes de respeto, buen trato, sentirnos parte de un colectivo y ser
aceptados en él, promueven que en nuestro fuero interno hagamos lo mismo: que
nos sintamos bien con nosotros mismos, que tengamos una imagen corporal
positiva y un buen concepto de nosotros, y que podamos respetar, tratar bien y
valorar a las personas de nuestro entorno.
Empezamos
a visualizar nuestras cualidades y limitaciones con mayor claridad. La
incorporación de hábitos, actitudes, normas de comportamiento y principios
éticos se van plasmando en mayores niveles de libertad, solidaridad y
consciencia de uno mismo. Aprendemos a aceptarnos tal cual somos, a aceptar a
nuestras familias y seres queridos y el entorno donde nos tocó vivir.
Esa
valoración de uno mismo, ese respeto y aceptación de nosotros, de nuestras
cualidades, retos y aspectos por mejorar, así como de nuestra ubicación en el
mundo y la sociedad, es lo que se suele llamar autoestima. Si aprendemos a
queremos a nosotros mismos, podremos aprender a amar a los demás, ya que es
prácticamente imposible dar lo que no se tiene.
En
base a la imagen de uno mismo (auto imagen), a la idea de quiénes y cómo somos
(auto concepto), al grado de reconocimiento de cualidades y limitaciones (auto
aceptación), a la capacidad de auto abastecerse (autonomía), la autoestima se
construye combinando percepciones internas y respuestas externas de las
personas que amamos y/o respetamos y hemos aprendido a valorar.
Pero, ¿qué factores pueden interferir
en este proceso?
Considerando
la procedencia de nuestros estudiantes –y para no entrar en toda la nomenclatura
clínica a la que podríamos referirnos-, baste simplificar en dos los factores
que pueden dañar el proceso de afirmación personal. Tanto las carencias como
los excesos interfieren en la formación y expresión de la autoestima.
Las
carencias o déficits de amor pueden vivirse como sequedad afectiva o desamor,
indiferencia, abandono y, en el peor de los casos, como maltrato y violencia:
desvalorizaciones, humillaciones, levantadas de voz severas o gritos, golpes y acoso sexual. Por el lado de los excesos, la sobreprotección es la máxima
expresión de interferencia negativa en la formación de la autoestima. El
pretender que nuestros niños y niñas no sufran, evitarles que pasen por lo que
nosotros pasamos o hacerles la vida más cómoda, ocasiona daños tan intensos
como los que causan las carencias.
Los
niños y niñas, para desarrollar su autoestima, requieren sentir y escuchar expresamente
el amor que se les tiene, y si tenemos limitaciones para manifestar ese amor
debido a nuestra propia historia personal, al menos evidenciarlo a través de
cuidados, seguridad, reconocimiento de lo positivo y puesta de límites ante lo
negativo.
El colegio puede convertirse, y de hecho lo hace, en un ambiente positivo que favorece los procesos de socialización e individuación, que promueve la formación y afirmación de la autoestima, así como la sanación de los efectos negativos provocados por las carencias o los excesos. Del papel cicatrizante y reparador del colegio en la vida de nuestras niñas y niños hablaremos en el próximo artículo del blog, tomando como base el reciente lanzamiento de la consigna: “Disfruto y aprendo en el colegio, valorando cada momento”. Hasta pronto.
Nota: Al igual que en los artículos anteriores, estamos fundamentando nuestro acercamiento al tema de la autoestima en base a los aportes de la Psicología Humanista de: William James, Abraham Maslow y Carl Rogers, entre otros.
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