Quizás les haya pasado que,
cuando éramos niños de primaria y seguro también en inicial, el tiempo parecía
eterno. Un año escolar o un día de clases duraban lo que tenían que durar, que
usualmente era bastante. El año pasaba tan lentamente que no veíamos las horas
de que llegaran las tan ansiadas vacaciones. El día era tan inmenso que
alcanzaba para ir al colegio, hacer todo lo que nuestros familiares nos
indicaran que había que hacer en casa y hasta quedaba un saldo para ir a visitar
a algún amigo o amiga y jugar hasta que nos avisaban que volviéramos.
Ya en la pubertad y
adolescencia pudimos percibir un pequeño ajuste en nuestras vivencias
temporales, por la necesidad de destinar más horas a los y las amigas, las
reuniones y paseos en grupo, el enamoramiento primerizo, las cada vez mayores
exigencias en casa; pero no fue hasta cuarto o quinto de secundaria que
sentimos la pegada: ¿Qué voy a hacer cuando termine el colegio? ¿Estudiar?
¿Trabajar? ¿En qué? El tiempo a nuestra
disposición se redujo un tanto.
Al terminar el colegio y
empezar los estudios o trabajos, la percepción sobre el aprovechamiento del
tiempo y cómo hacerlo más elástico, se fue convirtiendo en algo cada vez más
valorado aunque de resultados fugaces. Pero la intensidad de la existencia
juvenil, -con tantas vicisitudes, retos, amistades, enamoramientos, sesiones
filosóficas y políticas sobre cuanto existe y cómo se podría mejorar o cambiar
el mundo-, permitían alimentar la creencia de que uno, a sus 25 años –por decir
una edad clave- era prácticamente eterno.
Luego la vida se encarga de
abastecernos de sin número de responsabilidades, compromisos y obligaciones que
nos llevan a sentir que los días pasan volando, en un respiro, demasiado de
prisa. Cuando por fin nos tomamos un aire para sopesar con calma y evaluar
nuestra vida por motivos, usualmente, o muy alegres y vitales, como la
graduación de una hija o hijo o el nacimiento de un nieto, o por motivos más
bien tristes, como la muerte de una persona querida, vemos cara a cara lo
volátil que es existir.
Hoy, mes de diciembre del
2022, el colegio termina el periodo lectivo anual y se preparan, estudiantes,
familiares y equipo docente, para la clausura del viernes 16. Este año se ha
pasado rápido pero estuvo lleno de grandes acontecimientos:
- Las chicas y chicos volvieron
a las aulas a rencontrarse con sus amistades y docentes tras dos años de
aislamiento pandémico por el Covid 19, quienes con su algarabía y entusiasmo,
le devolvieron la vida al colegio.
- Las actividades escolares se
desarrollaron sin mayores contratiempos, retomándose las responsabilidades, las
comisiones productivas, los proyectos de indagación científica, las áreas de
comunicación y matemática, los talleres de arte, la psicomotricidad y educación
física, de acuerdo a la malla curricular de cada ciclo y con las medidas
sanitarias preventivas.
- Se implementaron las
Olimpiadas, los Juegos Florales, la Feria de Ciencias, la Minka, el Aniversario
del colegio y las evaluaciones compartidas entre familiares y profesor@s.
- Y llegamos a la clausura con
la satisfacción de haber puesto lo mejor del equipo directivo y docente para
desplegar una educación alternativa de calidad para nuestr@s estudiantes y sus
familias. Desgraciadamente, en el contexto de una convulsionada situación
política que ha provocado se declare en emergencia a todo el país.
La vida, que cada año que pasa nos da la
impresión de discurrirse entre las comisuras de nuestro ser con mayor ligereza,
pero que vivida intensamente, con los valores del Ideario, los ejes
transversales de la ciudadanía ambiental, los principios pedagógicos y las
consignas, la hacen plena, satisfactoria a pesar de los apesares, íntegra y
digna, nos despedimos, agradeciéndoles su acogida y confianza en el Proyecto
Educativo del Colegio La Casa de Cartón.
Fuerte abrazo a tod@s.
Carlos
Ureña Gayoso
Integrante de EDUCALTER
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