Para muchos de nosotros, quedarse en
casa puede parecerse a lo que siempre soñamos. Teníamos tantísimos asuntos
pendientes, que esta cuarentena nos permite hacer montones de cosas que
queríamos hacer y no podíamos por falta de tiempo.
Pero para otras personas, el cambio
drástico que supone no salir al colegio, al trabajo, al parque, a dar una
vuelta por las calles, a visitar amigos y familiares, a pasear al perro o a
comprar cuando tenemos necesidad, puede ponernos ansiosos y hasta desesperados
en el aislamiento social obligatorio que implica la cuarentena.
Las razones económicas y laborales
son una fuente de ansiedad muy fuerte, que puede estresarnos y alterar nuestro
carácter, provocando malestar en la convivencia familiar. También podemos
sentir como una prueba muy exigente el estar 24 horas con nuestra pareja, si
vivimos con ella o él; con nuestros hijos e hijas, si somos papás o mamás; con
nuestros padres o con uno de ellos, si somos hijos o hijas; o con algún otro miembro
de la familia (abuelos, tíos o primos).
La convivencia es -de por sí- uno de
los retos más exigentes y una de las artes más satisfactorias si logramos
aplicar valores, principios espirituales y actitudes positivas ante los diferentes
aspectos cotidianos que plantea.
Un primer asunto es rendirse ante los hechos.
Dejar de luchar, de rebelarse y de cuestionar o quejarse, ante la imposibilidad
de salir, puede permitirnos aceptar de corazón lo que está ocurriendo al margen
de nuestra voluntad. Me entrego sin resistencia y acepto las cosas que no puedo
cambiar. Me ubico como persona en un mundo en plena epidemia y riesgo de
enfermedad y solidariamente decido no salir, no exponerme ni exponer a los que
quiero ni a cualquier otra persona.
Darle sentido a lo que nos toca vivir
desde la solidaridad, el compromiso, la acción consecuente y responsable, puede
ser el primer paso para decidir establecer diferentes momentos o espacios donde
canalizar nuestra energía y creatividad para afrontar la cuarentena.
Tener un espacio para uno mismo y
usarlo para informarnos de buena fuente de lo que pasa (sin exagerar el tiempo
que se le dedica a cualquiera de las pantallas), para leer, escribir, bailar,
hacer ejercicio, yoga, meditación o pilates; para dibujar, pintar, cantar o
tocar un instrumento; para terminar el trabajo que dejé pendiente o para hacer
un reordenamiento de la ropa, la decoración de la casa, de las macetas o del
jardín; para implementar depósitos donde reciclar o preparar compost con
desechos orgánicos, hacer limpieza general, reparar algo que se malogró, en
fin, para un montón de cosas que nos gusta hacer o que tenemos que hacer, así
no nos gusten tanto, pero que son nuestra responsabilidad hacerlas.
También
resulta útil tener espacios compartidos con la pareja, por un lado, y con los
hijos, por el otro. Incluso dedicarle momentos especiales a cada uno de los
chicos resulta necesario y altamente positivo. Conversar, preguntarles qué
sienten, qué extrañan hacer, para que nos cuenten de sus frustraciones, miedos
o cóleras, si eso estuvieran sintiendo; para encontrar una actividad que
canalice las energías y disipe el aburrimiento, de ser el caso.
A aquellos que nos convienen los
horarios, hacerlos y practicarlos. Y si somos de los que no nos gusta
cuadricularnos de esa manera, entonces podemos hacer un listado de todo lo que
cada uno se imagina que quiere, puede y debe hacer y cada quien lo va haciendo
según le provoque.
En
el momento de pareja, el conversar es muy importante. Delegarse entre ambos la
supervisión de cada uno de los hijos o hijas, el preparar juntos los alimentos
o realizar alguna labor profesional donde se apoyan mutuamente puede resultar
satisfactorio.
Establecer momentos de trabajo
individual, momentos en duplas o tríos y momentos donde todos juntos realicemos
una actividad escogida por todos, puede resultar divertido e integrador. Todas
las actividades que se han mencionado pueden hacerse también en familia.
Todos
los días se puede cambiar de líder. Un día la mamá, otro día cada uno de los
hijos, asumimos la organización de las actividades y momentos del día, las que a
grandes rasgos y flexiblemente, se pueden ir ajustando. Pedirles a nuestras
hijas e hijos que nos enseñen cómo se comportan como líderes y dirigen varias
de las actividades del colegio, para adaptarlo a las necesidades de nuestras
familias, fortalecerá la autonomía, el protagonismo y la autodisciplina en
casa. Hacer autos y heteroevaluaciones, plantearse retos personales y grupales
(familiares) y registrar en un cuaderno de vida, bitácora o libreta de campo
las ocurrencias del día, hará más sencillo y entretenido el recuento del día o
de la semana.
En el próximo artículo
veremos cómo manejar contradicciones y situaciones tensas, así como sugerencias
anti estrés, ya que no siempre sale todo como quisiéramos, ni la vida familiar es
como la de la familia Ingalls. Cariños y que estén bien.
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