Durante
los primeros 20 años de su quehacer educativo, el Colegio la Casa de Cartón
validó la propuesta pedagógica estructurada sobre la base del Ideario, con la
Solidaridad a la vanguardia, seguida de la libertad, la búsqueda de la verdad y
la creatividad. Tras iniciarse su tercera década, desde el año 2005 en
adelante, el equipo directivo de ese entonces, planteó sumar al Ideario dos líneas
o ejes transversales de trabajo: ciudadanía y ecología.
La línea de ciudadanía mantiene el énfasis en
el ejercicio democrático y ratificaba “al aula y la escuela como espacios
privilegiados para la formación de ciudadanos democráticos”[1].
El eje transversal de ecología conlleva “el reto de generar aprendizajes y
actitudes responsables con el ecosistema y con las posibilidades de continuidad
de la vida misma en el planeta[2].
Formar ciudadanos ecológicos, conscientes de la problemática ambiental, es
parte de un estilo de educación que busca desarrollar en los estudiantes “nuevos
paradigmas de producción y consumo responsables”. O dicho en otros términos,
preparar personas con una ciudadanía que genere un nuevo estilo de vida y de
interacción, tanto con el planeta como entre los seres que lo habitan.
Hoy
por hoy y en medio de una pandemia mundial, los ciudadanos ambientales son
solidarios: cooperan y se comprometen en la disminución de riesgos de contagio.
Se cuidan y cuidan a los demás asumiendo la responsabilidad de informarse para
no enfermarse ni enfermar a otros. Obedecen las normas dispuestas y se quedan
en casa porque son conscientes de sus deberes cívicos y porque aceptan que sus
derechos y libertades necesitan ser limitados por el bien de todos.
Los
ciudadanos ecológicos son personas que se dan cuenta que la cuarentena le ha
dado un respiro al planeta, por la paralización de actividades productivas
contaminantes y la disminución del tránsito de vehículos con combustibles
fósiles. Un respiro que ha hecho posible que la naturaleza se regenere rápidamente,
que el aire se limpie, que los mares alberguen más peces, que las aves se
muevan con libertad, que la vida vuelva a renacer.
Los
ciudadanos ecológicos lamentan que la enfermedad afecte en mayor medida a las
personas vulnerables, a los que tienen menos recursos, a aquellos que conviven
en un espacio reducido, hacinados y sin privacidad; a los que si no salen a
trabajar no pueden llevar alimento a sus casas, a los que tienen que regresar
caminando a las provincias de donde vinieron a buscar mejorar la calidad de sus
vidas. Les duele el dolor de los más afectados, al tiempo que les duele la
pérdida del sentido comunitario ancestral, que hacía posible una organización
respetuosa y ordenada de la gente para el cuidado y beneficio de todos y cada
uno.
Por
último, este nuevo tipo de ciudadanos, conscientes de la necesidad de una
verdadera democracia y de la urgencia de cuidar el ambiente planetario, se apenan
cuando ven los noticieros. Ya sea por la gravedad y el daño que causa la
enfermedad, como por la falta de educación cívica y respeto a las normas de un
sector de la población, puede resultar tóxico mirar en la tele lo absurdo de la
idiosincrasia criolla, de “Pepe el vivo” sacando la vuelta a lo que se necesita
en un momento histórico tan apremiante.
Ser
conscientes, gracias a lo que las imágenes periodísticas muestran de lo que
pasa en las calles, duele. Hiere el individualismo a rajatabla, con las
secuelas de egoísmo, transgresión de las normas y cinismo con que contestan al
abordaje periodístico algunos compatriotas.
Es
el momento para cuestionar el estilo de vida que la humanidad ha adoptado como
sistema generalizado y global. Es la época de revalorar y clamar por una nueva
manera de vivir, que cuide el planeta y que se organice en torno a modalidades
más comunitarias, que se preocupen y ocupen del bien común y del bienestar de
cada integrante de la comunidad, tanto nacional como mundial.
Con
cada vez más ciudadanos ambientales, el sueño de un mundo mejor, más solidario
y justo podría empezar a plasmarse.
[1]
Fascículo I: Nuestra propuesta pedagógica. Hacia la escuela posible. EDUCALTER.
Lima, 2009. Pág. 16.
[2]
Del mismo fascículo. Pág. 17.