Han pasado nueve meses calendario desde que se declaró la cuarentena y el estado de emergencia en el Perú; aquel 15 de marzo del 2020. Nueve meses que han hecho de este año un año que se pasó volando, en términos de las pocas actividades usuales que pudimos realizar plenamente, pero que parece “una eternidad”, en términos de acostumbrarnos a una situación inusual y desconcertante.
Venimos adecuándonos a una serie de cambios, muy evidentes algunos y más sutiles, otros, frente a esta “nueva normalidad” que ha traído este profundo disloque en nuestra forma de vida.
Nos hemos acostumbrado a quedarnos
más en casa, al comienzo obligadamente, pero cuando se empezaron a “suavizar”
las medidas restrictivas a la libertad de movimiento, muchos igual, preferimos
permanecer en vigilancia preventiva y no salir en demasía, para no exponer a
nuestros seres queridos.
La suspensión de clases escolares durante todo el año lectivo ha ocasionado acomodos y reacomodos a esta permanente presencia de la familia en el hogar. En muchos casos ha sido favorable para la integración familiar y el redimensionamiento del disfrute que proporciona estar cerca de los que amamos; pero en otros casos, el confinamiento ha desencadenado crisis, con secuelas de fatiga y estrés.
El solo hecho de que los menores de edad, especialmente los niños y niñas de nivel inicial y primaria, no puedan correr y jugar al aire libre, no puedan tocar, ni explorar libremente, no puedan expresar sus sentimientos hacia aquellos que quieren y que no viven en casa, ni abrazar, besar o ser acariciados por sus abuelos o tíos, supone un quiebre en la forma de ser y estar en el mundo de estos pequeños en formación. Algo parecido, pero quizás un tanto más manejable, les ocurre a los adolescentes, por la imposibilidad de frecuentar a sus amigas y amigos y salir a recorrer las calles con ellos y ellas, o visitarlos en sus domicilios.
Para las nuevas generaciones ya era un reto contener el uso de las “pantallas”: celulares, tablets, televisión y computadoras. Ahora no queda de otra: tenemos que vincularnos con los demás por estos medios. Las relaciones humanas han devenido on line y celebramos cumpleaños, aniversarios y hasta la clausura del año escolar en línea, de manera virtual.
Algunos de estos cambios han provocado nuevos hábitos que, a pesar de las consecuencias negativas en la salud y la economía de la ciudadanía, se vienen consolidando como positivos. Entre ellos tenemos: (i) La revaloración de la higiene (lavado de manos especialmente) y la utilización de protectores faciales y mascarillas; (ii) el control del aforo en establecimientos públicos y en los medios de transporte (ya nadie viaja de pie); (iii) el mayor uso de bicicletas y el trazo de ciclovías por toda la ciudad; (iv) el menor impacto ambiental por la reducción de vehículos, dada la generalización del trabajo en casa, entre las más importantes.
Pero, aún si fuésemos sumamente positivos en nuestra mirada al cambio de vida que venimos experimentando, las investigaciones de expertos nos indican que estamos pagando un costo psicológico considerable para adaptarnos a éste.
En la revista PuntoEdu de la Universidad Católica, se menciona el estudio realizado por el Ministerio de Salud y la Organización Panamericana de la Salud. En el que “se señala que siete de cada diez peruanos han visto afectada su salud mental durante el periodo de emergencia sanitaria”. PuntoEdu añade que: “Esta coyuntura evidencia la importancia del cuidado de nuestra salud mental en nuestro bienestar integral” (1).
Según la misma fuente, la Dra. Mónica Cassaretto, docente del Departamento de Psicología de la PUCP y presidenta del Comité de Promoción y Cuidado de la Salud Mental de dicha universidad, explicó a PuntoEdu que: “En general, se ve que hay un impacto debido a la pandemia. Las relaciones interpersonales se han visto afectadas por el cambio de modalidad de interacción”. Añadió que se ha elevado la intensidad de los síntomas ligados a la depresión, ansiedad y el estrés dentro de la población universitaria (vienen atendiendo alrededor de 400 casos).
El temor al contagio y a contagiar, con
el subsecuente miedo a morir o causar daño mortal a personas cercanas y
queridas que conlleva el COVID-19, sería la perturbación que afecta con mayor
intensidad la psicología de las personas en esta época de cambios por la
pandemia.
Las investigaciones de expertos de la Universidad de Hong Kong; de Yoel Inbar, de la Universidad de Toronto; de Mark Schaller de la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver (ambas en Canadá); de David Robson, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), así como las de Lene Aarøe, de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), publicadas por la BBC News Mundo, establecen el miedo al contagio y a la muerte como el desencadenante de modificaciones en el pensamiento, los sentimientos y emociones, así como en el comportamiento de las personas en todo el mundo.
En el próximo artículo revisaremos algunos de estos cambios en la manera de entender, sentir y actuar de la gente, dada la proximidad de las fiestas de fin de año y los dilemas que causa la decisión de si reunirse o no en familia. Desde estas páginas y de manera preventiva, se sugiere mantener todas las medidas protocolares de precaución ante el riesgo de contagio. La pandemia sigue, no se ha ido. Mantengamos todas las estrategias de cuidado y extrememos nuestra cautela.
El solo hecho de realizar estas medidas preventivas implica todo un cambio psicológico frente a las nuevas condiciones de vida, pero –como dicen el sabio refrán popular- más vale prevenir que lamentar.
Hasta pronto.
(1)
Salud Mental PUCP: una
política de cuidado integral (29 de noviembre de 2020)
Fuente: https://puntoedu.pucp.edu.pe/noticias/salud-mental-pucp-una-politica-de-cuidado-integral