lunes, 17 de octubre de 2022

Ser ejemplo

El ejemplo es el principio pedagógico donde se plasma todo lo postulado académicamente, en la vida diaria. Comportarse ejemplarmente significa que seamos coherentes, íntegros. Que nuestras ideas y postulados educativos se condigan con nuestras expresiones y maneras afectivas al expresarnos y que nuestras conductas avalen lo que pensamos y sentimos. Es hacer evidente, a niveles básicos al menos, que pensar, sentir y actuar están alineados en nuestro ser y que hay solvencia en nuestra prédica pedagógica.

Mariano Moragues, nuevamente en su “Hacia la escuela posible: Sistematización de la experiencia educativa del colegio La Casa de Cartón”, nos explica que el ejemplo consiste en “ofrecer a los chicos modelos de identificación positiva de los propios maestros y a través de personajes de la vida real. Esa imagen modélica debe entenderse no tanto como una realización acabada y perfecta, sino como personas que viven un esfuerzo honesto e intenso de búsqueda de coherencia” (p. 118).

Continúa Mariano:

“«De tal palo, tal astilla», «Los tiestos se parecen a la olla», «No pedir peras al olmo», «Quien a buen árbol se arrima, buena sobra lo cobija» son refranes que ha creado la sabiduría popular para expresar toda una filosofía de la influencia. Nuestro modo de ser, pensar, sentir y actuar no es finalmente tan nuestro. En gran medida, es fruto de un complejo mundo de influencias recibidas. Seguramente, hoy los factores de mayor influencia en la vida humana son: en primer lugar, los padres o el ámbito familiar; después, el entorno sociocultural, la escuela, los medios de comunicación social y, dentro de ellos, la televisión y las redes sociales, hoy, tienen un fortísimo influjo. Todos estos factores transmiten, de alguna manera, una filosofía de vida que influye modélicamente en todas las personas, pero de una manera especial en las primeras etapas del desarrollo evolutivo, en las que no hay una conciencia ni una libertad, que permita seleccionarlas autónomamente. Ni los padres ni la escuela en general ni los maestros en particular pueden abdicar de su rol modélico. Somos, querámoslo o no, arquetipos para nuestros hijos o alumnos, y lo somos, no tan solo ni principalmente con nuestras palabras, sino fundamentalmente con nuestra conducta y estilo de vida. Tenemos que asumir responsablemente esta feliz y comprometida realidad. Feliz porque finalmente hace que nuestros hijos o alumnos sean de algún modo nuestros, no solo en un sentido biológico, sino también psíquico, ideológico y existencial. Comprometida porque esa dichosa e inevitable trascendencia nuestra tiene repercusiones en lo más hondo de la vida de quienes más queremos ver felices” (p. 124).

Resulta pertinente aclarar que el que sean nuestros, feliz y comprometidamente, no implica en absoluto imposiciones o determinismos asfixiantes, sino que al ser nosotros mismos e influir positiva y conscientemente en su formación, les damos el espacio democrático, libertario, creativo, responsable y solidario para que nuestr@s hij@s o alumn@s, busquen y encuentren su propio estilo, desplieguen su ser personal para llegar a ser ellos o ellas mismas.  

Retomemos  el discurso de Mariano: “Hasta que nuestros hijos o alumnos hayan alcanzado una sólida moral autónoma son dependientes de nosotros. Después se convertirán en «hijos de la vida», como dice G. Kahlil Gibran, pero premunidos de todo un bagaje interior y anterior que tendrán la facultad de rechazar. En ese momento, entre los quince y diecisiete años, tendremos que aceptar una metodología diferente al enfrentar lo ideológico y lo axiológico: más que responder, habrá que abrir preguntas, presentar dilemas y situaciones conflictivas, además de tratar de que los muchachos se clarifiquen a sí mismos y asuman convicciones propias, comprometida y consecuentemente. Claro está que estas convicciones propias tendrán raíces en los esquemas previos y se harán propias en cuanto sean aceptadas como tales. Esto no significa que el educador deba inhibirse de opinar (lógicamente, por razones didácticas, no anticipándose) y tampoco significa que su opinión vaya a carecer de peso e influencia, pero deberá incluir nuevas y respetuosas dosis de apertura, tolerancia y pluralismo” (p. 124).

 

“El ser educadores nos obliga a dar ejemplo o más bien a ser ejemplo de aquello que proponemos a nuestros educandos, por razones de ética, e incluso de eficacia. Lo contrario sería una farsa desquiciadora. Con nuestro ejemplo, «excitamos con las propias obras la imitación de los demás», tal como reza el Diccionario de la lengua española al referirse al significado de «ejemplo», según nuestra acepción. Si esto vale en general, es más claro y pertinente cuando nos referimos a los hijos o alumnos y más aún si estos son menores. No hay escapatoria por oneroso que resulte: somos, irrenunciablemente, modelos de identificación para nuestros chicos. Solo nos queda encarar con alegría, valentía y responsabilidad nuestra trascendencia” (p. 124).

“La conciencia de nuestras debilidades e inconsecuencias y también la conciencia de la importancia de nuestra influencia nos pueden apabullar, pero no es la perfección lo que los chicos tienen derecho a esperar de nosotros, sino la honestidad en el esfuerzo de superación y de coherencia. Eso es todo lo que podemos ofrecer y es todo cuanto nos es exigible, pero esto ya es mucho y suficiente. La pedagogía de nuestros abuelos estaba poblada de modelos y especialmente en la formación moral se utilizaba con frecuencia el estímulo de «vidas ejemplares», que se convertían en parámetro de vida en algún aspecto: honor, valentía, generosidad, serenidad, santidad, trabajo, etcétera. Desde Esopo, seguido por Cervantes y hasta por Batman, se han necesitado y utilizado los parámetros encarnados en personajes reales o fantásticos, y la pedagogía de hoy no puede estar ajena a una didáctica que creemos universal. Quizá nuestra pedagogía se ha vuelto excesivamente «conceptualista» y relativizadora, y no se atreve a presentar claroscuros diferenciados por temor a caer en el maniqueísmo. Sin embargo, ese enfoque es desorientador para los chicos, quienes necesitan el refuerzo de lo concreto, imágenes nítidas, distinciones claras, posiciones definidas, sobre todo en las etapas en que no son capaces de discernimiento autónomo. Es cierto que en la vida real nada es absolutamente blanco o negro, pero también es cierto que los matices, la equidad y el perspectivismo tienen su momento y si pretenden ofrecerse anticipadamente confunden, desestabilizan y angustian a los niños, ya que no pueden asimilarlos equilibradamente” (p. 125).

“Abogamos, en fin, por restaurar en la escuela una pedagogía que proponga modelos claros y coherentes de aspectos esenciales de la vida, si no queremos que se erijan en modélicos los representantes de valores que recusamos: «rambos», «ricos y famosos», etcétera. A medida que crecen, los niños podrán ir asimilando que no existen modelos puros y perfectos. Además podrán entender que la marcha hacia la superación personal y colectiva es una marcha dificultosa, con avances y retrocesos, que no descalifican el anhelo de proyectarse a la vivencia de determinados principios y valores. El maestro tiene una oportunidad diaria de ser ejemplo de tantas cosas: de trabajo, de generosidad, de solidaridad, de democracia, de afán de superación, de capacidad autocrítica. En fin, de todo. Sin angustias, ¡seámoslo de algo!” (p. 125).

                 

Mariano nos arenga a ser ejemplo del algo. De aquello en lo que seamos competentes, hábiles, diestros, capaces. De aquellas cualidades o virtudes que nos son afines naturalmente, que fluyen en nuestro ser con mayor facilidad y abundancia. De actitudes y valores positivos en los que tanto esfuerzo hemos puesto para acercarnos un poquito siquiera. Todos tenemos alguna luz o algunas luces que reducen nuestros defectos y contradicciones. ¡Hagámoslas brillar!

Y será este el momento para rendir un apasionado y afectuoso homenaje a uno de los paradigmas ejemplares del Colegio La Casa de Cartón. Gracias Mariano por ser un ejemplo de competencia académica, imaginando y diseñando el proyecto educativo del Cole, sistematizando la experiencia en el marco de principios filosóficos, pedagógicos y psicológicos, dando las pautas prácticas para el desagregado de actitudes, capacidades intelectuales y destrezas, secuenciando los logros y brindándonos programaciones tentativas sugeridas por grado y ciclo. También se te agradece el ejemplo preclaro en la conducción del colegio durante los primeros 20 años, sacrificando espacios personales por alcanzar el sueño de ver crecer el colegio, jugando con los más pequeños, conversando con madres y padres, dialogando reflexivamente con estudiantes mayores sobre el sentido de la vida y tantas otras cuestiones importantes y aquellas más bien lúdicas. Tu actitud positiva y serenidad nos enseñaron tolerancia, paciencia y buen humor ante las dificultades y problemas que tú asumías como retos y te abocabas a buscar las soluciones posibles, aun en momentos en que se presentara algún malestar de vez en cuando. Tu ejemplo al compartir hombro a hombro la construcción del muro perimétrico con el egipcio -nuestro querido maestro albañil Teodoro Arteaga-, tantas aulas y ambientes para brindar mejor atención a nuestros estudiantes o fabricando desde sillas a rompecabezas, motivaba a que sin palabras, docentes y familiares nos sumáramos a la tarea. Tanto de ti diseminado en cada objeto, en cada ambiente y en cada relación humana, en cada persona, niño o niña, adolescente o adulta, con la que estableciste o estableces contacto. Dejaste huella en todo lo que tocaste.

He conocido pocas, muy pocas personas tan consecuentes y perseverantes en buscar coherencia como Mariano Moragues, quien con transpiración e inspiración dedicó su vida a hacer del colegio lo que hoy sigue siendo gracias a la formación y entusiasmo que transmitió con su ejemplo a los que hoy dirigen la escuela y forman el equipo de docentes. Todos aprendimos de tu manera de ser y estar en este mundo y fue muy elocuente tu sabiduría para sacar de cada uno lo mejor y convertir al colegio en un semillero de valores y gente solidaria, libre, buscadora de verdad con tanta creatividad. Gracias Flaco.

 

PD: Se extiende el presente homenaje a personas tan ejemplares como Francisco Soberón, nuestro querido líder en la defensa de los Derechos Humanos en nuestro país, que tuvo a sus hijas en nuestro colegio y que lamentamos su partida. También a tantísimas madres y padres, al equipo docente y directivo en pleno, así como a estudiantes, que son ejemplo de esfuerzo y trabajo, de alegría de vivir y entusiasmo, de pasión por llegar a ser ell@s mism@s, de valores y actitudes positivas, de ciudadanía ecológica y sobre todo, de ser personas plenas con un sentido bastante claro en esta vida y época que nos toca vivir. Gracias a tod@s.

 

                                                                                                                             Carlos Ureña Gayoso

                                                                                                                        Integrante de EDUCALTER

 

 

martes, 4 de octubre de 2022

El afecto pedagógico

En los artículos anteriores, correspondientes a agosto y setiembre, hemos revisado los principios pedagógicos del colegio. En “Binomio casi perfecto”, examinamos el principio de Ludismo y Trabajo a la luz de la experiencia en aula. Luego, en “Intereses y necesidades, actividad, realidad y espíritu científico”, comprendimos la interrelación entre todos los criterios pedagógicos y, en particular, de aquellos que titulaban ese artículo. En “Las Olimpiadas”, se integraron en una de las actividades representativas del colegio, los Juegos Olímpicos, todos los principios, partiendo de los ya revisados, para añadir los de democracia, globalización, personalización, integralidad y descubrimiento.

Recordemos con Mariano Moragues, autor del libro morado “Hacia la escuela posible”, que:

“Entendemos por principios pedagógicos (…) aquellos rasgos típicos o características fundamentales que identifican la pedagogía de una propuesta educativa. Estos rasgos pueden estar referidos a metas, condiciones, métodos, etcétera, pero en conjunto configuran un estilo educativo propio” (1).

Hoy abordaremos el afecto y en el próximo artículo, desarrollaremos el principio del ejemplo, que son los dos criterios pedagógicos más retadores y comprometedores para los y las maestr@s del Colegio La Casa de Cartón y que se implican sustantivamente uno al otro. Estos dos principios también podrían o deberían ser importantes y dinamizadores de cambios o ajustes actitudinales para las madres, los padres y demás familiares que comparten vida con los estudiantes del colegio. En realidad, para toda persona que se precie de serlo, estos aspectos son sumamente importantes por su trascendencia para convertirnos en humanos de veras.

 

El afecto, nos continúa explicando Mariano, alude a la “Relación cálida, afectuosa y espontánea en todos los niveles de la comunidad educativa, que exprese la solidaridad en el compartir sentimientos, pensamientos, acciones y objetos”.

Es más -y a partir de aquí ya solo nos hablará nuestro querido Flaco-, afirma que:

“El afecto es para nosotros el alma del trabajo pedagógico. Alma que debe animar (valga la redundancia) los otros principios y sin la cual todo principio pedagógico se esteriliza y todo recurso metodológico se vuelve una estrategia maquiavélica y, por tanto, poco ética, si no injusta. Un proyecto que no nace del amor al niño, a la persona, a la humanidad, a la vida es un proyecto espurio desde su concepción, condenado a dejar insatisfecha la parte más importante del ser humano y no merece el nombre de educativo, por cuanto no desarrolla el germen sustancial de lo humano. Si esto es verdad para la persona humana en general, lo es en particular para la educación de la infancia, la niñez y la adolescencia. Indudablemente, es una necesidad básica del niño, cuya satisfacción o no satisfacción marcará de por vida su existencia.

¿Cómo podríamos hablar de educación (menos aún de educación integral) sin tener en cuenta lo que posibilitará o imposibilitará una estructura de personalidad saludable? La psicología nos dice que una carencia afectiva significativa puede frenar el desarrollo de todos los aspectos de la personalidad. (…) Decir que el afecto debe teñir el trabajo educativo y las relaciones en la escuela puede sonar perogrullesco; sin embargo, la plasmación práctica de este principio en la dinámica escolar por sí solo ya justificaría un proyecto educativo del que se podrían esperar maravillas. Cuando los alumnos se sienten queridos se vuelven fácilmente dúctiles, motivados, alegres, seguros, receptivos, permeables, esperanzados. En fin, psicológicamente sanos.

 

Nuestro proyecto, al inicio, se basó fundamentalmente en esta convicción y, a pesar de que hemos ido implementando otros principios, ninguno lo ha podido reemplazar. Ningún método ni ninguna técnica pueden reemplazar al afecto en la educación de los chicos. Obviamente, no queremos decir que el amor reemplaza la técnica, sino que la hace eficaz y que es sustantivo en la tarea educativa. Cuánto aportaría a muchas de nuestras escuelas y a muchos de sus alumnos, en concreto, que se sintiera «el calorcito del corazón». Este solo hecho cambiaría el sello de la escuela y de la vida personal de sus muchachos. Las relaciones humanas son, con demasiada frecuencia, relaciones funcionales profesor-alumno, director-profesor, etcétera, y se tornan inhumanas e impersonales. En tales condiciones, no es fácil que surja la solidaridad, la confianza y el respeto mutuo. Amar a los chicos significa valorarlos, atender sus necesidades, respetarlos como personas, confiar en ellos, comprenderlos y también, cómo no, implica sentimientos de emoción, ternura y aprecio, que se expresan en acciones, gestos, miradas, atenciones, abrazos, palabras amistosas, etcétera.

Una de las razones por las que hemos optado por un número reducido de alumnos por aula es justamente el posibilitar la llegada afectiva personal a cada uno de los chicos, de tal manera que ninguno devenga en un número anónimo, inespecífico. En un mundo donde las corrientes ideológicas han oscilado entre el individualismo y la masificación, creemos que la personificación resulta una tercera vía mucho más coherente y humanizadora. La personificación no significa el desprecio de lo colectivo en cuanto comunitario, sino de lo colectivista en cuanto anónimo; no significa la exaltación del neoliberalismo que so pretexto de rescatar la libertad individual arrasa con la libertad colectiva, secando las raíces de la solidaridad.

 


Nuestro país, signado por una violencia estructural, social y política empozada históricamente, desintegrado en sus identidades, reclama con urgencia una acción terapéutica, que además de un cambio de estructuras económicas, sociales y políticas resane las lesiones que afectan la personalidad colectiva. Esta acción terapéutica tendrá como fin reemplazar el odio, la envidia, el interés, la sumisión y el desprecio por la solidaridad, la seguridad, la autoestima, la confianza, el respeto. Somos un país enfermo de rabia, comprensible quizá, pero que tiene que encontrar canales positivos de recuperación y no de venganza, de destrucción, de odio y de muerte. Hay que construir una «cultura de paz» desde la vivencia del afecto. La escuela está llamada a dar su aporte sustantivo con un «eros terapéutico» en el planteamiento de sus objetivos y sobre todo en un estilo modélico de relaciones humanas y de organización democrática pluralista. Nada tan simple ni tan importante: se necesita una escuela que desarrolle la afectividad a partir de la experiencia cotidiana. Una escuela que favorezca un estilo de relación humana basada en la solidaridad.

Si bien golpear a los alumnos no es ya la tónica en la mayoría de las escuelas (aunque todavía se dan demasiados casos), el maltrato que lleva emparejado a la humillación es un estilo muy frecuente y muchas veces es el arma preponderante de muchos maestros que vomitan sus incapacidades y frustraciones en sus alumnos. En el ámbito familiar sucede otro tanto. Diariamente, se reportan en el Departamento de Medicina Legal del Palacio de Justicia más de setecientos casos de niños maltratados, y en 1989, en el mismo departamento, se atendió a 5,637 niños entre cero y diez años golpeados. Esta cifra, según el propio departamento, representa un porcentaje muy bajo de la realidad, pues son muchísimos más los que no se delatan. Es espeluznante ver cómo los propios niños asumen como normal una educación a golpes. ¿Qué estragos no hará en la psicología del niño una vida hecha de humillaciones, rabias, impotencias contenidas? Cómo pretender una cultura de paz, no violentista, con una escuela que emplea como metodología el autoritarismo, la prepotencia y la agresión abierta o sutil; con una familia en la que los más débiles reciben los réditos de un sinnúmero de frustraciones; con unos medios de comunicación que exaltan la violencia descaradamente, con «Rambos» que imponen la ley a puñetazos; con una civilidad que vive semisecuestrada por el temor; con la presencia cotidiana de la muerte como vía de solución de los problemas de una sociedad enervada por las injusticias. No creemos que exista otro modo de desandar este camino errático y destructivo que retomar el camino del afecto. Tan sencillo y tan difícil como intentar vivir lo que nos canta Silvio Rodríguez: Debes amar... y si no, no la emprendas que será vano. Solo el amor alumbra lo que perdura. Solo el amor convierte en milagro el barro. Debes amar... y si no, no pretendas tocar lo cierto. Solo el amor engendra la maravilla. Solo el amor consigue encender lo muerto. Todo un reto para la escuela del Perú de hoy.

 

Somos testigos de los efectos terapéuticos que tiene el afecto en los niños agresivos o con actitudes rebeldes frente a las normas, la autoridad, el aprendizaje, etcétera. Así que este solo hecho convierte el afecto en principio de la pedagogía que pretende ser inteligente y eficaz. Nosotros quisiéramos que la dinámica escolar estuviera salpicada de expresiones afectivas concretas: valorización y respeto (cuidado y mantenimiento de lo propio y, con mayor razón, de lo común; buen trato a sí mismo y a los demás; no discriminación), integración (afectuosidad, sentido de grupo, amistad, compartir cosas, juegos, trabajos, conocimientos, experiencias, sentimientos), sensibilidad tomada en su sentido etimológico «padecer con»: compasión, interés por el otro y los otros, comprensión, servicio, disponibilidad de ayuda, entre otras. Creemos más en la actuación de la solidaridad que en los discursos sobre ella y en la experiencia como la palestra en la que se verifica y desarrolla la afectividad. El refrán popular «obras son amores y no buenas razones» es una pauta muy intuitiva y pedagógica que conviene no perder de vista. Esta reivindicación del afecto en la pedagogía está tan lejos de la blandenguería como de la sequedad y no excluye en absoluto la fortaleza y la firmeza”.

           

                                                                                              EDUCALTER

 

(1) Mariano Moragues Ribas de Pina. “Hacia la escuela posible. Sistematización del proyecto educativo del colegio La Casa de Cartón”. Segunda edición, EDUCALTER 2014. Págs. 118-123.

 

Mariano fue y es el visionario fundador y promotor del Colegio La Casa de Cartón, a quien acompañamos algunos profesores y psicólogos, conformando varios equipos de profesionales durante los últimos 38 años. Se desempeñó como director del colegio durante 20 años siendo un paradigma de coherencia y expresión de los principios pedagógicos de afecto y ejemplo. Todos somos luz y sombra, pero el Flaco nos regaló generosamente su brillo, educándonos para ser educadores. Sea éste un homenaje a tu fecunda y amorosa labor. Gracias Mariano por tantísimo.