Los
tiempos de cambio en que vivimos nos llevan a modificar nuestra manera de
pensar, sentir y actuar. Nos estamos viendo obligados a replantear nuestro
estilo de vida y las filosofías que nos permitían justificar o cuestionar ese
modelo, según sea la ubicación personal o institucional de aceptación o
rebeldía frente al “orden establecido”.
Se
ha hecho necesario ver con otros ojos la cuestión planetaria y la profunda
interdependencia de la vida de todos. La nueva mirada puede seguir respetando
los límites entre territorios planteados por la existencia de países, pero una
observación más profunda de la realidad que vivimos, nos lleva a saber que para
un virus no existen fronteras, ni estados, ni
edades, aun cuando los mayores seamos más vulnerables. Tampoco parece
considerar a las clases sociales, aunque los más afectados sean siempre y desde
los inicios de la historia, las personas con menos recursos.
Los
que podemos darnos el lujo de trabajar desde casa, tenemos sentimientos y
emociones encontradas que oscilan entre la tranquilidad de habernos quedado en
casa y la impaciencia de sentirnos limitados en nuestro movimiento usual. La comodidad
del hogar, con el redescubrimiento del tiempo que usualmente no teníamos para
la pareja, los padres y los hijos, o el reencuentro con asuntos pendientes que
postergábamos una y otra vez hasta las próximas vacaciones o hasta las fiestas
de fin de año, pueden permitirnos revalorar la familia, la vida, el tiempo y
disfrutarlo, si contamos con trabajo o recursos para afrontar esta etapa.
También
es posible sentir la desesperación, el hartazgo, la frustración y el cansancio,
o todas juntas, de haber estado y estar restringidos en nuestras libertades o
de ya no soportar alguna o varias de las circunstancias que estamos viviendo.
En
cualquier caso, es urgente mantener una especie de paranoia saludable y
responsable en nuestro comportamiento. Así se haya levantado la cuarentena, el
riesgo de enfermar sigue allí; la pandemia no ha sido superada. Al contrario,
la incidencia de casos se mantiene o ha aumentado en varias provincias. Por
eso, al salir a la calle y al regresar a casa es absolutamente necesario
obedecer todas las recomendaciones sobre cuidado e higiene para no enfermarnos
ni enfermar. Optemos decididamente por la solidaridad y la ciudadanía ambiental
para todos, como nuevo estilo de vida.
En este contexto, vivir el presente, en el
aquí y el ahora, es una filosofía, a la vez que
fórmula práctica, para enfrentar con mínima paz interior lo que experimentamos
hoy. No sacamos mucho preocupándonos por lo que pasará en el futuro, ya que la
incertidumbre se ha instalado agresivamente en nuestras vidas y nunca fue muy
útil adelantarse a los hechos. Una cosa es hacer planes y proyectos realistas y
otra es vivir angustiados por lo que va a pasar, ya que –finalmente- nadie sabe
con certeza lo que va a ocurrir. La tarea de hoy, tal vez sea, aprender las
lecciones que pudiera aportarnos, el vivir conscientes del aquí y ahora, y
responder al presente, valorando su potencial.
Por
otro lado, añorar por algún momento el pasado y recordar experiencias vividas
para sacarles la lección o para volver a disfrutar con los recuerdos es una
cosa, pero anhelar con ahínco el ayer y aferrarse a hacer prevalecer las antiguas
circunstancias sin poderse adaptar a los cambios, puede resultar enfermizo.
Añorar y lamentarse nos pueden deprimir.
Ni
en el pasado ni en el presente: la vida discurre aquí y ahora. Con todos los proyectos
y agendas pendientes que sea necesario prever, pero aquí y ahora es cuando
estamos vivos. Si nos esforzamos –y resulta muy entretenido, además- en
mantener toda nuestra atención en lo que perciben nuestros sentidos en este
momento, u observamos al que piensa, o escuchamos nuestra respiración mientras
que realizamos las actividades cotidianas, o si miramos concentradamente una
vela o el fuego de la chimenea, si contamos con esa maravilla, podremos
conectarnos conscientemente con el presente.
La
idea central es ser conscientes de lo que hacemos. En lugar de ducharnos, por ejemplo,
pensando en lo que haremos y cómo lo efectuaremos al terminar, podemos: sentir
el agua en nuestro cuerpo… la temperatura que tiene… nuestras manos
jabonándonos… y permitir que nuestra mente emita
menos ruido y que nos centremos en el aquí y ahora. Ser totalmente conscientes
de lo que hacemos equivale a vivir intensamente en este momento, al tiempo que
desarrollamos nuestros intereses, investigamos sobre temas que nos producen
curiosidad y realizamos las actividades que debemos hacer para auto sostenernos
y dar cobertura a quienes dependen de nosotros, si ese es el caso.
El
ruido mental es una de las principales causas de muchos trastornos psicológicos,
incluyendo los de tipo psicosomático. La mente no para de pensar, es una
cantaleta interminable de ideas, recuerdos y proyecciones que pueden causar
dolor y hasta sufrimiento a las personas. A veces hasta con un pequeño error
cometido, nuestra mente no cesa en los reproches haciéndonos sentir culpables o
malos por aquel error. Si la falta es mayor, nuestra mente, cual verdugo, puede ser implacable.
Igual
con el futuro. Si algo va a ocurrir y lo hemos planeado, a algunos nos pasa que
repasamos infinidad de veces lo que vamos a decir, cómo lo vamos a hacer y nos
imaginamos lo que nos van a contestar y así hasta el infinito, generando
expectativas que de no cumplirse pueden decepcionarnos.
Lo
mejor y recomendable es vivir aquí y ahora, en el presente, con todo el ser
viviendo lo que nos toca. Pero para lograrlo es preciso desarrollar algunas
habilidades espirituales como rendirnos, aceptarnos, dejarnos llevar, ser
conscientes de que no somos nuestra mente, contar con un espacio de
tranquilidad y soledad, en fin, varios temas que los vincularemos con la
autoestima en el próximo artículo de este mismo blog. Fuerte abrazo y que estén
bien, ahora y aquí.