martes, 23 de julio de 2019

Entre ser profesor y ser maestro

Estudié en un colegio particular religioso, con salones de 60 estudiantes y tres secciones por grado o año. Fui aplicado en la primaria y hasta sobresalí con altos promedios alguna vez. En la secundaria, todo cambió; ya se debiera a una adolescencia tumultuosa, al descubrir las limitaciones del sistema educativo o a mi total nulidad para las matemáticas. Me jalaron de primero a quinto y todos los maravillosos veranos, tenía que restarle horas a la playa para darme tiempo de estudiar aquel odioso curso de mis más aborrecibles pesadillas.

El examen de cargo, para reprobados de cualquier materia, se rendía en marzo en un colegio fiscal, como se les llamaba a las instituciones educativas estatales. Era de miedo ir a dar la prueba: escrita, oral y práctica, con balotas o sin ellas, debido a profesores que más parecían jueces implacables que lo miraban a uno hacia abajo, desde lo alto del estrado. Pocas veces me sentí tan pequeño, a pesar de que estaba en pleno “estirón”.


La historia se repitió casi idéntica hasta quinto de secundaria. Ese año memorable, mi padre y mi primo me animaron a presentarme a la universidad. Me matriculé en una academia y empezaron clases simultáneas entre el colegio y la preparatoria: a dedicar todo el día al estudio.

Quería estudiar la carrera de Economía, pero… se tenía que saber matemáticas. Todos mis sueños y ambiciones profesionales estuvieron a punto de desmoronarse por este requisito, hasta que en la clase de Álgebra, se presentó Jorge Salazar como el profesor. Explicó que la mayoría de personas le tienen miedo o rechazo a los números, que si uno las toma como un juego científico que tiene ciertas reglas y las usa entonces se van haciendo más comprensibles. Que conocer en qué campo de la vida se utilizan sirve mucho para revalorarlas y así, clase tras clase fue develando el oscuro misterio de los ejercicios algebraicos, geométricos, trigonométricos y aritméticos.

El profesor Jorge nos trató como personas, con respeto y comprensión a pesar de nuestra ignorancia. Digo “nuestra” ya que fuimos tres compañeros del colegio estudiando en la academia y porque –salvo extrañísima excepción- todos los estudiantes matriculados adolecíamos de interés, menos aún gusto y habilidades por los números. Se interesaba por nuestras vidas y sueños y nos preguntaba por lo que vivíamos cotidianamente. Era un ejemplo de afecto, actividad, democracia, curiosidad e investigación, relacionando los temas de matemática con la realidad de manera globalizada e integral. Se ubicó en nuestro desgano y apatía y desde ese punto de partida, empezó a jugar y a permitir que tomáramos como juego las matemáticas. Luego, cuando sentimos una mínima confianza y comenzaron a salirnos bien los ejercicios elementales, fue combinando exigencia con momentos lúdicos. Hasta instauró la hora del chiste, donde un estudiante contaba algo gracioso y seguíamos la clase. También fomentó la hora de Pitágoras, de Euclides y hasta de Baldor. Introdujo el razonamiento lógico matemático para trabajar aritmética y nos permitía resolver los problemas más difíciles de cualquier dominio matemático con álgebra, siempre y cuando después de resolverlo lo explicáramos según el dominio requerido. De la misma forma, le pedía por favor al que terminaba rápido, porque había aprendido y ahora sabía, que le enseñe al que todavía no se destapaba.
Ingresamos los tres compañeros de colegio a la primera y con buen nivel. Nunca más me volvieron a desaprobar. Seguí ayudando a mis padres en asuntos de la farmacia que tenían, pero para ayudar más y mejor, me puse a dar clases de matemática a escolares que como yo, jalaban y jalaban y no entendían de números ni ciencias. Dejé de pedir propinas y me pude mantener durante y después de los estudios universitarios con las clases particulares o institucionales de matemáticas. Todo esto de lo debo a un gran maestro de los números. Gracias Jorge.

De profesor habías pasado a ser Un Maestro. Tu habilidad para sacar de dentro de nosotros las habilidades dormidas, para hacer que tus estudiantes plasmen el potencial que ellos mismo se venían negando y para lograr que disfrutemos con pasión la satisfacción de hacer entender algo a alguien cuando uno descubre su ser docente, las agradeceré por siempre. Tenía 16 años cuando fui tu alumno. A los 63 sigo enseñando matemáticas. Gracias querido maestro.

Al maestro con cariño y La sociedad de los poetas muertos, dos películas que causaron alto impacto por la extraordinaria caracterización del rol de maestro por Sidney Poitier y Robin Williams, así como por el cuestionamiento a la educación convencional.


En el Colegio La Casa de Cartón los y las docentes hemos buscado convertirnos en maestros. Para alcanzar esa distinción: “A pesar de todo, estamos dispuestos a mantener firme la utopía de contribuir a hacer un Perú solidario, con personas veraces, libres y creativas. A formar ciudadanos que se sientan sujetos de derechos y deberes, que apuesten por una sociedad más justa y un mundo ecológicamente viable”1.

La manera práctica de alcanzar ese ideal es mimetizarse con los principios pedagógicos del colegio: ser ciudadanos democráticos con consciencia ecológica que valoren y apliquen en la docencia el afecto, el ejemplo, la actividad, la realidad, la democracia, el espíritu científico (investigación, ciencia y tecnología), el respeto a los intereses, posibilidades y necesidades de los estudiantes; la actitud lúdica y trabajo, la globalización, la personalización, la integralidad y el descubrimiento.

¿A qué distancia está mi proceder docente con aquello que considero digno de
una maestra o de un maestro?

¡¡¡ FELIZ DÍA PROFESORAS, PROFESORES, MAESTRAS Y MAESTROS !!!


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1 Parafraseando el “Todavía soñamos” (Pág. 13, último párrafo), del Fascículo I de Hacia la escuela posible, EDUCALTER. Lima 2009. 








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