domingo, 1 de mayo de 2022

Autoestima e identidad - II

Todos pasamos por una serie de etapas de desarrollo que nos permiten transitar de la dependencia absoluta de algún o algunos adultos, quienes nos cuidan y ayudan a satisfacer nuestras necesidades básicas, a una creciente independencia de movimientos y acciones que van encaminándonos hacia la autonomía y la afirmación de cualidades y destrezas.

 


 

De ser el centro del universo (narcisismo, egocentrismo, dependencia), vamos incrementando la consciencia de nuestro cuerpo y diferenciándonos del entorno y de las personas que nos atienden en nuestra inicial indefensión. Las necesidades básicas, las de seguridad y las de reconocimiento van siendo cubiertas de alguna forma y en determinados niveles por nuestros tutores (madres, padres, otros familiares o sustitutos de ellos).

 

 Conforme el cuerpo crece y aumenta nuestra maduración neurológica y fisiológica, los adultos que nos cuidan nos enseñan a valernos por nosotros mismos y vamos siendo cada vez más conscientes de que somos individuos que pertenecemos a una colectividad (familia, escuela, sociedad).

 

El proceso de socialización e individuación nos permite diferenciarnos a la vez que sentirnos integrados, mediante la evolución y despliegue de nuestras capacidades físicas, mentales, socio culturales y espirituales. La cobertura que nos brinda nuestra familia favorece el aprendizaje de hábitos, actitudes y el desarrollo de habilidades y destrezas que poco a poco, vamos reconociendo como propias. Reconocer y aceptar nuestro cuerpo como el eje sobre el cual aprendemos a desempeñarnos en la vida, formándonos una imagen corporal y una idea de quienes somos, constituyen el cimiento de la autoestima.

 

De recibir insumos materiales y afectivos para satisfacer las necesidades de sobrevivencia, las de seguridad y las de reconocimiento de los demás, vamos pasando a ser capaces de dar y expresar lo que sentimos, a desempeñarnos por nosotros mismos para atender nuestros propios requerimientos como personas. La autonomía y la independencia personales dentro del marco de la adquisición de actitudes de respeto, buen trato, sentirnos parte de un colectivo y ser aceptados en él, promueven que en nuestro fuero interno hagamos lo mismo: que nos sintamos bien con nosotros mismos, que tengamos una imagen corporal positiva y un buen concepto de nosotros, y que podamos respetar, tratar bien y valorar a las personas de nuestro entorno.



 

Empezamos a visualizar nuestras cualidades y limitaciones con mayor claridad. La incorporación de hábitos, actitudes, normas de comportamiento y principios éticos se van plasmando en mayores niveles de libertad, solidaridad y consciencia de uno mismo. Aprendemos a aceptarnos tal cual somos, a aceptar a nuestras familias y seres queridos y el entorno donde nos tocó vivir.

 

Esa valoración de uno mismo, ese respeto y aceptación de nosotros, de nuestras cualidades, retos y aspectos por mejorar, así como de nuestra ubicación en el mundo y la sociedad, es lo que se suele llamar autoestima. Si aprendemos a queremos a nosotros mismos, podremos aprender a amar a los demás, ya que es prácticamente imposible dar lo que no se tiene.

 

En base a la imagen de uno mismo (auto imagen), a la idea de quiénes y cómo somos (auto concepto), al grado de reconocimiento de cualidades y limitaciones (auto aceptación), a la capacidad de auto abastecerse (autonomía), la autoestima se construye combinando percepciones internas y respuestas externas de las personas que amamos y/o respetamos y hemos aprendido a valorar.



 

Pero, ¿qué factores pueden interferir en este proceso?

 

Considerando la procedencia de nuestros estudiantes –y para no entrar en toda la nomenclatura clínica a la que podríamos referirnos-, baste simplificar en dos los factores que pueden dañar el proceso de afirmación personal. Tanto las carencias como los excesos interfieren en la formación y expresión de la autoestima.

 

Las carencias o déficits de amor pueden vivirse como sequedad afectiva o desamor, indiferencia, abandono y, en el peor de los casos, como maltrato y violencia: desvalorizaciones, humillaciones, levantadas de voz severas o gritos, golpes y acoso sexual. Por el lado de los excesos, la sobreprotección es la máxima expresión de interferencia negativa en la formación de la autoestima. El pretender que nuestros niños y niñas no sufran, evitarles que pasen por lo que nosotros pasamos o hacerles la vida más cómoda, ocasiona daños tan intensos como los que causan las carencias.

 

Los niños y niñas, para desarrollar su autoestima, requieren sentir y escuchar expresamente el amor que se les tiene, y si tenemos limitaciones para manifestar ese amor debido a nuestra propia historia personal, al menos evidenciarlo a través de cuidados, seguridad, reconocimiento de lo positivo y puesta de límites ante lo negativo.



 

El colegio puede convertirse, y de hecho lo hace, en un ambiente positivo que favorece los procesos de socialización e individuación, que promueve la formación y afirmación de la autoestima, así como la sanación de los efectos negativos provocados por las carencias o los excesos. Del papel cicatrizante y reparador del colegio en la vida de nuestras niñas y niños hablaremos en el próximo artículo del blog, tomando como base el reciente lanzamiento de la consigna: “Disfruto y aprendo en el colegio, valorando cada momento”. Hasta pronto.



Nota:  Al igual que en los artículos anteriores, estamos fundamentando nuestro acercamiento al tema de la autoestima en base a los aportes de la Psicología Humanista de: William James, Abraham Maslow y Carl Rogers, entre otros.

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