Hemos empezado
un nuevo año. Está finalizando el mes de enero y quisiéramos aprovechar la
ocasión para hacer un recuento de cómo nos fue en diciembre del 2023 y cómo nos
va hoy, aquí y ahora.
Resulta alucinante
observar la forma desmedida en que se incrementa la fiebre de consumo en
diciembre de cada año. La mayoría de países de Occidente, con distintas
expresiones del cristianismo (católicos, evangélicos, anglicanos, calvinistas,
ortodoxos y demás vertientes o cultos), celebran o recuerdan la Navidad. Se
conmemora el nacimiento de Jesús, un carpintero humilde que aprendió su oficio
de otro carpintero, que vivió entre pescadores y gentes sencillas, y que es
considerado Dios por el cristianismo.
Para
recordar este evento se promueven reuniones familiares y actividades religiosas
que han ido convirtiéndose en fiestas de consumo alentadas por los
comerciantes. Regalos de toda índole, ropas, comidas y bebidas en abundancia,
árboles navideños ultra decorados hasta con nieve –a pesar de ser verano en
nuestras latitudes latinoamericanas-, para rendir homenaje al Hijo de Dios. Más
que una fiesta espiritual, se desencadena todo el materialismo consumista de
nuestra sociedad neoliberal.
Desde que
termina el Halloween en octubre, los centros comerciales, los supermercados y
las tiendas empiezan a adornar sus establecimientos con motivos navideños para
alentar las compras de los ciudadanos. Todo diciembre resulta casi imposible
transitar por las ciudades. Todo el mundo está en las calles adquiriendo las
ofertas, los regalos y adornos que la publicidad nos vende por todos los medios
de comunicación existentes. Todo gira en torno al consumo.
Para
personas que hemos optado consciente, libre y soberanamente por la solidaridad,
por la libertad, por la búsqueda de las verdades y por la creatividad, este
festín del consumo puede resultar hiriente u ofensivo. ¿Cómo evaluamos nuestro
comportamiento en estas fechas? ¿Somos coherentes con nuestras ideas de una
sociedad más democrática, justa y un mundo ecológicamente viable? En la navidad
del 2023, ¿caímos en la ilusión de que cuanto más cosas tengamos o podamos
adquirir, más felices seremos? ¿Creemos que lo externo puede llenar nuestros
vacíos internos?
Necesitamos
trabajo e ingresos dignos que nos permitan acceder a lo necesario para una vida
de calidad y eso se lo deseamos a cada uno de los habitantes del planeta.
Podemos incluso, sumarnos a las celebraciones de fin de año y hacer algo
especial con nuestras familias con ese motivo. Pero, ¿hemos sido parte de los
excesos que nos impone el “modo navidad” o el súper consumo fin de año?
Consideremos
que tan solo una semana después de las fiestas navideñas, se celebra el fin de
año. Desde el 26 de diciembre, con tan solo un día de pausa –el 25 que es
feriado-, vuelve a comenzar el flujo desbordante de hordas humanas en busca de
avituallamiento para organizar el baile, la reunión familiar o amical, el
campamento, el viaje o lo que fuere que cada quien prefigure como forma de
pasar el año nuevo. Otra vez, consumo por doquier. El fin de año, junto a la
Navidad, el Día de los Enamorados o san Valentín, las Fiestas Patrias de
mediados de año y Halloween (con más fuerza que el Día de la Canción Criolla),
se han convertido en íconos comerciales en los que las personas “necesitan”
gastar comprando y, felices ellos, los vendedores, vender.
Podemos
evaluar hoy, dándonos una breve pausa para pensar con honestidad, si las
mejoras que nos propusimos al finalizar diciembre e iniciarse el 2024, están
avanzando. ¿Qué aspectos personales, familiares, educativos, culturales,
sociales y/o laborales podríamos
considerar para potenciar o desarrollar mejor nuestro ser humanos en el mundo
de hoy en día? ¿En qué porcentaje caímos en la locura colectiva de las compras,
aun endeudándonos para cumplir con nuestros “compromisos”?
Hagamos
hoy una sincera revisión de nuestro comportamiento festivo y de nuestras
prioridades para este año a la luz de los valores del Ideario. Que el año 2024
les sea propicio.
Fuerte abrazo y hasta pronto.
Carlos
Ureña
Integrante
de EDUCALTER
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